Mi misión




 Prócoro Hernández Oropeza
Hace un par de décadas tome un diplomado en la Universidad de Guadalajara, Campus Puerto Vallarta sobre Alta dirección. El profesor había sido un jesuita arrepentido y en ese tiempo se dedicaba a impartir cursos de desarrollo humano. Lo interesante es que cuando nos dio unos apuntes, una frase cambió mi percepción del mundo y el universo: “Cuando el hombre sabe a dónde va, la providencia le abre el paso.” Yo me pregunté qué o quién es la providencia. En ese tiempo todavía era un escéptico de la espiritualidad; en mi formación universitaria predominaba el marxismo y me pusieron en un dilema cuando los maestros, varios de ellos, claro, era la moda, nos decían que Dios fue inventado por los hombres, no el hombre era una creación divina. Después de un año de batallar en mi mente acepté esa filosofía y en ese momento me sentí liberado.
Con el paso del tiempo, con la madurez que da el añejamiento del tiempo empecé a dudar de esa filosofía marxista. Me preguntaba cómo era posible tanta belleza y armonía cuando veía el cielo, el movimiento de los planetas, toda la creación no podía ser producto del caos, sino de algo mucho más maravilloso e incomprensible. La luna no pudo desprenderse de la tierra o llegar a su cercanía y empezar a girar por la ley de gravedad o atracción de nuestro planeta.
También cuestionaba el hecho de pensar que sólo venía a este planeta, en esta existencia a vivir una vida sin trascendencia o sólo en busca de placeres materiales, de metas artificiosas. Como estudié Ciencias de la Comunicación, en su tiempo, Periodismo y Comunicación Colectiva mi sueño, luego de concluir la carrera, era ser director de algún medio de comunicación. Con el paso del tiempo me invitaron a crear y dirigir un diario importante en mi ciudad y luego de casi 20 años renuncié. Mi intuición me decía que había otras razones más importantes para vivir.
Algo en mi interior me animaba a buscar respuestas de ¿Quién soy? ¿A qué vine? ¿Para qué vine? Pues ese maestro jesuita nos animó a realizar un plan de viaje y en él visualicé en unos años cómo me veía en los diversos planos de mi vida: material, espiritual, físico, profesional, familiar. Pero lo más importante fue definir mi misión. Esta primera definición fue: Soy feliz y hago felices a quienes me rodean. Luego vino otra pregunta: ¿Qué es la felicidad? Todavía pensaba que la felicidad era algo que venía del exterior. En otro curso de, digamos bachiller espiritual, un maestro nos dijo que la felicidad es algo característico de nosotros, algo que está en nuestro interior. Lo que viene de afuera son los placeres o momentos de placer y la gente confunde felicidad con placer. Y cuánta verdad tenía. La gente está acostumbrada a pensar que cuando sea rico, tenga una profesión, encuentre a su amada o amado, posea muchas riquezas materiales, fama será feliz. Pero, en realidad eso es una falsedad. Son momentos de placer y cuando ya se tiene dinero o fama, o un buen puesto, esposa deseada, la felicidad ansiada no llega.
Luego de seguir buscando encontré a mis maestros, un linaje de maestros denominado Águila Dorada. Es la síntesis de lo más excelso de las sabidurías de las antiguas tradiciones espirituales que han existido en el planeta: budismo, cristianismo, hinduismo, judaísmo, zoroastrismo, griegos, egipcios, aztecas, incas, etc.  Todas coinciden que el deseo es el origen del sufrimiento, porque este es producto de nuestros yoes o agregados psicológicos. Detrás de cada deseo esta el veneno del sufrimiento. En cambio, la felicidad es parte de nuestra naturaleza. Nuestra real naturaleza es divina y ahí está la fuente de la felicidad, la sabiduría, el amor. Esto es verdad, cuando te conectas con esa fuente nada te perturba, ni el clima, ni las pandemias, la violencia o un cataclismo. Cada situación se vive desde un centro de gravedad, que es el Ser, nuestra chispa divina.
Mi misión se ha modificado y ahora es: Soy amor en acción y, por tanto, intento ver todo lo que me rodea como algo sagrado y desde el amor. Esto significa ser expresión de esa real naturaleza divina. No es fácil, pero me ha ayudado a comprender que esta existencia es un gran aprendizaje y una oportunidad para vivir desde esa fuente y ser expresión de ella. Es una oportunidad también para eliminar esos agregados psicológicos que nos mantienen en la ignorancia y el sufrimiento.



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