Pacheco y sus batallas en el desierto
Prócoro Hernández Oropeza Como un Quijote, José Emilio Pacheco también luchó contra molinos de viento, contra los demonios de la estulticia, los desparpajos de la modernidad, las locuras del amor infantil, las primeras batallas para encontrar una razón de ser, una forma distinta de ver a los hombres, sin juzgarlos, sin despreciarlos. Claro, sólo a aquellos que se lo merecen. Así como escribió uno de sus poemarios, “Irás y no volverás”, José Emilio se ha ido de este mundo, ya no volverá a ver a esa colonia Roma donde pasó parte de su vida, de su niñez. Dicen que cada vez que muere un poeta, hay un parto en el cielo, porque los poetas no nacen todos los días, aparecen de vez en cuando y como los mecías predican en el desierto y muchas veces no son escuchados. Y aquellos que nacen con ese designio, no todos relumbran o dejan honda huella en la memoria colectiva. Pacheco no presumía, ni le interesaba. “Yo no me asumo como nada, yo escribo nada más; no puedo tener un propósito delineado