Nadie conoce toda la amargura de lo que aguarda en el futuro. Y si de pronto apareciera como en un sueño, la negaríamos apartando los ojos de ella. A esto le llamamos esperanza. Con esta frase del filósofo búlgaro Elías Canetti inicio esta columna, luego de saber lo que de antemano ya sabíamos. Nos lo dijeron mucho tiempo antes, el ganador será fulano de tal. El sistema no se equivoca, y si se equivoca, somos nosotros los equivocados, no las instituciones. Las encuestas, los pregoneros y agoreros nos restregaron en nuestra cara la imagen del ganador. Ese será, ese va a ser y ese fue. Muchos ya sabíamos el resultado y aunque hubiésemos querido que sólo fuera un sueño para apartar esa realidad, el domingo por la noche nos dieron una bofetada y nos anunciaron el ganador. ¿Y la esperanza? Esa quedó soterrada por los datos duros, fríos y los rostros sombríos de los perdedores, pero más aún por la sonrisa, euforia y el mariachi y los gritos y apretones de los ganadores. Cuándo será el día