La búsqueda de la verdad



Prócoro Hernández Oropeza

Escuchad vosotros mismos y mirad el infinito del espacio y del tiempo. Allí se oye el canto de los astros, la voz de los números, la armonía de las esferas.
Cada sol es un pensamiento de Dios, y cada planeta un modo de este pensamiento. Para conocer el pensamiento divino, ¡Oh almas!, es para lo que bajáis y subís penosamente el camino de los siete planetas y de sus siete cielos.
¿Qué hacen los astros? ´Qué dicen los números? ¿Qué ruedan las esferas? ¡Oh, almas perdidas o salvadas!; ¡ellos dicen, ellos cantan, ellas ruedan, vuestros destinos! Fragmentos del pensamiento de Hermes Trismegisto.
Estos hermosos pensamientos de Hermes Trismegisto, conocido como el tres veces maestro porque fue sacerdote, rey y legislador, considerado el primer iniciador de Egipto, hablan de la gran sabiduría y una época de oro que vivió esta nación hace más de diez mil años. Durante su estancia en este planeta se caracterizó porque en un solo gobernante se encontraban reunidos el sacerdocio, la magistratura y la monarquía, por eso se le conoció como Hermes Trismegisto. Eran gobernantes que presidían lo divino en la tierra, como sucedió más tarde en los reinos de Inglaterra, Francia, Suecia, entre otros, sólo que ahora su monarquía es simbólica, pues al paso de los siglos perdieron la conexión con lo divino y se convirtieron en familias aristocráticas perdidas en la ambición y las pasiones terrenales. La corona de los reyes era el símbolo de un ser realizado y conectado con las grandes divinidades, lo mismo que los faraones, quienes sobre su cabeza llevaban una serpiente y un sol.
En el antiguo bajo Oriente, sólo los dioses y los reyes llevaban coronas. La corona simboliza la soberanía y la concentración de las fuerzas externas e internas. La etimología de la palabra "rey" confirma que, en su origen, el monarca era un sacerdote o, al menos, era concebido como un ser con poderes sobrenaturales. Tanto el rix galo, el rex latino, o el raj sánscrito tienen como función "regere fines", esto es en un nivel o dimensión trascendente. En el imperio romano se decía: Rex est imperator in regno suo (el rey es un emperador en su reino). Si el rey es el símbolo personificación del Estado, la Corona es la máxima objetivación de la Monarquía. Primitivamente las primeras coronas fueron hechas de cuernos, colmillos o, tal vez, de rayos (¿piedras del rayo?) con los que intentaban representar o simbolizar la energía y fuerza sobrenatural o espiritual que salía de la cabeza de sus portadores. No es casual que las coronas de santidad, esa suerte de halos luminosos que rodean la cabeza de santos y demás ilustres religiosos tengan su antecedente más remoto en las coronas luminosas hechas precisamente con cuernos con las que se representa a Alejandro Magno, Moisés, etc.
Entre los egipcios el faraón tenía una cabeza de halcón, sobre la cual portaba el disco solar y también una serpiente. En la tradición Indostana varias deidades se les presentaba con serpientes alrededor del cuello o sobre la cabeza, lo que significaba que estaban iluminados. Era el mismo origen y significado de las coronas en los reyes de la parte europea antigua y los discos solares entre los reyes egipcios. Lo que significaba que dichos gobernantes representaban a las divinidades en la tierra y para que un ser pudiera tener ese rango debía pasar por trabajos iniciáticos de realización espiritual. Pertenecían a sociedades que estaban conectadas con las divinidades, hablaban con ellos, tal como lo hacía Moisés, Jacob y varios profetas que describe el Antiguo Testamento. Esas serpientes representaban la energía kundalini, misma que había ascendido hasta la coronilla, el séptimos chakra.
Asimismo, los faraones o las deidades indostanas eran seres con gran sabiduría; en esta parte de América, entre los aztecas tenían sus escuelas iniciáticas, tanto en la antigua y desaparecida civilización teotihuacana, como en las posteriores. Ésta, por cierto, como en Egipto o los incas en Perú, dejaron construcciones arquitectónicas inconcebibles y maravillosas y poco se sabe de sus creadores, lo mismo de los mayas. Entre los aztecas se sabe que tenían sus escuelas iniciáticas, como en Egipto, donde preparaban a los caballeros Tigres y los caballeros Águilas. Los primeros dedicados al sacerdocio y los tigres al gobierno y la milicia.
Hace más de diez mil años, entonces, Hermes Trismegisto dejó una valiosa enseñanza. Los investigadores aducen que los egipcios nos legaron una ciencia sagrada y una escuela para sus ilustres profetas, un refugio y un laboratorio de las más nobles tradiciones de la humanidad. Egipto fue la fortaleza de las puras y altas doctrinas, cuyo conjunto constituye la ciencia de los principios y la auténtica ciencia esotérica de la antigüedad. Ahí abrevaron grandes sabios como Moisés, Jesús, Pitágoras, Aristóteles, Platón, entre otros. Sus pirámides no eran sepulcros o criptas para sus faraones, sino verdaderas escuelas de sabiduría.
De esa sabiduría va otro fragmento de Hermes: ¡Oh, alma ciega!, ármate con la antorcha de los misterios, y en la noche terrestre descubrirás tu doble luminoso, tu alma celeste. Sigue a ese divino guía, y que él sea tu genio. Porque él tiene la calve de tus existencias pasadas y futuras. ¿Qué significa esto? Que, para salir de la oscuridad, de esa que habita en nuestra psique, la que ha sido tomada por el enemigo, en el caso de los egipcios, Seth y los demonios rojos, En los indostanos Los Pándavas y Kuravas, en la tradición cristiana los demonios o egos y sus siete legiones. Armarse de la antorcha de los misterios, son esas enseñanzas secretas que se esconden en los libros sagrados y el guía divino es precisamente nuestro Ser o Espíritu, él posee las claves para trascender esta vida samsárica, este valle de lágrimas.
Palabras semejantes las ha dicho Jesús también: Quien conoce todo, pero carece de conocerse a sí mismo, carece de todo. Puedes ser un gran intelectual, un académico o filósofo que ha leído bibliotecas enteras, pero no te conoces a ti mismo. Todos los conocimientos que esa persona o que tú tienes son conocimientos de segunda mano. Puede ser capaz de repetir las ideas ajenas como un loro, creyendo piadosamente que está implicada directamente en ellas. Como regla, estas personas son espiritualmente pobres y tienen muy desarrollado un fino (y por eso muy peligroso) inicio egoísta. Estas personas no pueden existir fuera de la aureola de su importancia, y por eso los preocupa mucho qué piensan los demás sobre ellos. Su propia memoria les parece un almacén sin fin de la verdad. Estas personas están muertas, no están libres, es decir carecen de todo; y lo más importante, carecen de la unión con Dios, que es casi imposible de lograr cuando uno permanece en el cautiverio de las ilusiones intelectuales y de las ambiciones. Sólo cuando uno está en unión con Dios, es capaz de recibir las revelaciones desde Arriba, las cuales se convierten en revelaciones propias. Carecer de conocerse a sí mismo significa la ausencia completa de la conexión con lo Divino. Como decía Jesús: estás muerto o dormido, con la conciencia dormida.



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