Serenidad y dominio
Prócoro Hernández Oropeza En esta dualidad en que vivimos es difícil desapegarnos de los halagos o de los improperios. Si alguien nos prodiga alabanzas, algo en nosotros se siente contento. Si al contrario, una persona fustiga contra mí, me ofende o me juzga, ese otro se enfurece. Si es halago el orgullo se ve robustecido; el ego de la vanidad necesita que le estén diciendo cosas bonitas, frases que le recuerden que es una persona valiosa, importante, capaz, triunfadora. Sin estos apapachos no puede vivir y se siente mal cuando ese ego percibe que no le reconocen su valía, sus talentos. Su autoestima depende de lo que otros se lo reafirmen. Lo mismo sucede cuando una persona nos ofende o cuestiona nuestra identidad de bueno, valioso, hermoso, inteligente. Aparece el ego de la vanidad, asociado con el ego de la ira y los dos se unen en mancuerna para fustigar o cuestionar o hasta golpear a quien le está ofendiendo o descalificando sus atributos. Confundimos nuestra verdadera identid