La filosofía y sus misterios III
Prócoro Hernández Oropeza En todas las tradiciones antiguas existieron grandes sabios, maestros o gurús que nos legaron hermosa sabiduría, una sabiduría que está más allá del simple conocimiento. Valiosas gemas de enseñanza y conocimiento para trascender la dualidad, los oleajes y tempestades de la vida. Ahí están esos libros sagrados, preciosos tesoros de información que nos impelen a caminar por las sendas de la verdad, las virtudes y el amor incondicional. En las dos anteriores entregas he hablado de dos grandes sabios de China: Confucio y Lao Tsé. Este último que, de acuerdo a la información a veces imprecisa, se dice que desapareció luego de traspasar la muralla, pero a ruego de un guardián se quedó un año para escribir su enseñanza plasmada en el libro del Tato te King, el Tao y su Virtud. Tao es ya por sí mismo un ideograma chino difícil de traducir; tiene sentido de camino y está compuesto por los signos: cabeza y marchar (una cabeza que avanza por un camino). Su doct