Más ecos de la locura humana
Esta humanidad, que de humanidad tiene poco, vive momentos muy críticos.
Con una grave pandemia, países con guerras permanentes y violencia por narcotráfico
de drogas y otras calamidades. ¿Cuál es el significado de humanidad?
De acuerdo a los diccionarios es la capacidad para sentir afecto,
comprensión o solidaridad hacia las demás personas. La esencia o la naturaleza de los seres humanos, o sea, el modo
supuestamente propio que tenemos de comportarnos, para bien y para mal. El
sentimiento de compasión y conmiseración con otra persona a la que se reconoce
como perteneciente a la misma especie humana, pero en realidad actuamos, no
como humanos, sino como máquinas sin sentimiento, sin compasión, mucho menos
amor. Somos, como decía un maestro, humanoides que actuamos inconscientemente
como robots.
El filósofo griego Diógenes de Sínope (413 a.C.), discípulo
de Antístenes en Atenas, apareció en cierta ocasión en una plaza de esa ciudad,
a plena luz del día, portando una lámpara de aceite. La gente le preguntaba qué
buscaba con esa lámpara en pleno día. Diógenes les decía: - Busco a un hombre. Todos
le decían que, a su alrededor, había muchos. Diógenes les dijo: «Busco a un
hombre honesto.» Lo cual significa que no existen muchos hombres honestos; la
honestidad es una virtud, como las otras virtudes, que se han devaluado.
La maldad, el lado perverso parece dominar las pasiones
humanas. En México, en medio de la tragedia por la pandemia, la violencia entre
pandilleros de la droga no cesa; entre muertos por Covid-19 y la violencia criminal casi van a la par. En
otras áreas del mundo, los conflictos bélicos no cesan. El conflicto
árabe-israelí es uno de esos temas que vemos todos los días en los diarios,
pero que, por su complejidad, no logramos entender completamente. ¿Por qué
viven en permanente conflicto? ¿Qué impide llegar a una solución? ¿Qué razones
argumenta cada uno? Son conflictos que se han registrado desde tiempos
ancestrales cuando en el Antiguo Testamento de la Biblia Cristiana se menciona
que Jehová pidió a Abraham, Taré, su padre, su esposa Sara y su primo Lot marcharon
entonces desde Ur a Canaán, asentándose en Jarán, Mesopotamia. Luego Dios le
ordenó salir de su tierra e ir «al país que yo te indicaré», donde convertiría
a Abraham y sus descendientes en un gran pueblo.
El profeta Abraham (Ibrahim para los musulmanes) es uno de los
personajes más relevantes de la historia de las religiones, ya que está
considerado como «Padre de los creyentes» por el Judaísmo, el Cristianismo y el
Islam. Él realizó un largo viaje desde su nacimiento en Ur, hoy Urfa, hasta su
muerte en las proximidades de Hebrón y dejó su huella en algunos de los lugares
más legendarios de las antiguas Mesopotamia, Anatolia, Canaan, Egipto y Arabia,
muchos de los cuales siguen existiendo en la actualidad. Al final se asentó en lo
que hoy en Canaan, (En la actualidad se corresponde con Israel, Palestina (la
Franja de Gaza y Cisjordania), la zona occidental de Jordania y algunos puntos
de Siria y Líbanos.) Esas tres tradiciones: judíos, cristianos y musulmanes
provienen de una misma fuente, siguen floreciendo en esa región y reconocen a
Abraham como profeta, pero siguen luchando a muerte.
Los hebreos llegaron a Palestina el segundo milenio antes de Cristo. En
930 a.C, el Estado judío se separó en dos reinos: Judá e Israel. El primero fue
conquistado por los asirios y el segundo por los babilonios. En años
posteriores, el territorio fue ocupado por persas, griegos y romanos, hasta que,
en el año 70 de la era cristiana, estos últimos expulsaron a los judíos de
Palestina, iniciándose su dispersión por el mundo. A esto se le llama diáspora.
Durante la Primera y Segunda Guerra mundial Palestina y parte de la región
estuvo dominada por el imperio Turco Otomano y luego por los británicos y franceses.
Al concluir la Segunda Guerra Mundial la Organización Sionista Mundial, que reunía a los
judíos que luchaban por el restablecimiento de una patria para el pueblo judío,
a través de la formación de un estado moderno en lo que ellos consideraban
Tierra Judía, hasta ese entonces Palestina, pidió que se les diera posesión de
tierras en esa región porque era la herencia que Dios le había a hecho a
Abraham. Se les concedió y desde entonces no dejan de acrecentar su poder y
ganar más tierra, como en la época del profeta Abraham. El 14 de mayo
de 1948, el último de los soldados británicos abandonó Palestina y los judíos,
liderados por David Ben-Gurión, declararon en Tel Aviv la creación del Estado
de Israel, de acuerdo al plan previsto por las Naciones Unidas. La planicie
costera, la Galilea y todo el Néguev, quedaron bajo la soberanía de Israel,
Judea y Samaria (la Cisjordania) pasaron a dominio jordano, la Franja de Gaza
quedó bajo administración egipcia, y la ciudad de Jerusalén quedó dividida,
controlando Jordania la parte oriental, incluida la Ciudad Vieja, e Israel el
sector occidental.
Pero también
existe fuertes tensiones militares otras partes del mundo. Entre los conflictos bélicos vigentes en 2020
destacan las guerras de Siria y Yemen, el conflicto en Oriente Próximo
-agravado por la tensión entre Estados Unidos e Irán-, las complejas y
múltiples luchas en el Sahel (Malí, Níger o República Centroafricana) y la
guerra olvidada de Sudán del Sur. Son muchas las causas que hay detrás
de las guerras en el mundo en la actualidad. El control de los recursos
naturales, la desigualdad, los conflictos por motivos étnicos, comerciales y
tecnológicos, el auge de los extremismos y nacionalismos, o los efectos
adversos del cambio climático. No hay una única razón, pero las consecuencias
en todos los casos sí son comunes: violaciones de derechos humanos, aumento de
las desigualdades -sobre todo entre las poblaciones más vulnerables- y la
necesidad de ayuda humanitaria para paliar el sufrimiento de las personas más
débiles.
Todo lo anterior
deviene por una gran falta de humanismo, respeto, amor y compasión. La arrogancia,
el falso nacionalismo, el patriotismo, el poder, el control del mundo mantienen
a esta pobre humanidad en las garras del mal y el oscurantismo. Stephen
Spender, poeta británico, narra en este poema, parte de esta cruda realidad.
EL DIOS DE LA GUERRA
Stephen Spender
¿Por qué no puede la buena
Benevolente, posible
Paloma finalmente descender?
¿Y ser el trigo compartido?
¿Y los soldados enviados a casa?
¿Y derribar las barreras?
¿Y perdonar a los enemigos?
¿Y dejar atrás las ofensas?
Porque el conquistador
Es víctima de su propio poder
Y su voluntad está forjada
En el miedo de otros miedos:
Recordando el ayer
Cuando los que ahora vence
Destruyeron a su padre-héroe
Y arrullaron su cuna
Con angustiosas fábulas.
Hoy su sol de victoria
Esconde la ansiedad de la noche
Para que los niños de la matanza
Pongan a prueba los dientes de dragón sembrados
En el ocaso del sol
Para levantarse mañana
En un cielo y un mar ensangrentados
Y vengar a sus padres de nuevo.
Aquellos que se rinden
En el desamparado campo
Pueden soñar con razones piadosas
De perdón, pero ellos saben lo que hicieron
En el alto sol de su estación.
Porque el mundo es el mundo
Y no la gran matanza
Que no absuelve al asesino
Ni escribe historias
Con finales de amor.
Porque bajo las olas
Y la fricción de las cadenas de la desesperación
La necesidad de amor no cesa
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