En busca de la mismidad
Prócoro Hernández Oropeza
El escritor Henry Miller, un prolífico y reconocido literato
ha escrito grandes novelas. Dicen sus críticos, que a manera de un Dante
moderno, Henry al escribir los sufrimientos que nacieron de sus desgracias nos
conduce por el infierno del mundo moderno, situado ahora en la gran urbe, donde
el hombre es el ciego hombrecillo que busca a tientas su minúscula felicidad y
el sitio donde calentar su alma atribulada. En su novela Trópico de
capricornio, Miller describe la pasión, el drama de muerte y resurrección de un
hombre que es el destino de todos los hombres. Aquí ya no hablaremos de Dante y
sus tres universos, sino del hombre modernos y sus mundos cotidianos.
En efecto, describe desde los problemas que tuvo para salir
del vientre de su madre, justificando que no era necesario abandonar un lugar
agradable y templado, un refugio cómodo en donde todo se ofrece gratis. Nació
en un lugar frío y afirma que se dio cuenta hasta los diez años que había
países cálidos, lugares donde no tenéis que ganar la vida con el sudor de la
frente ni tiritar y simular que el frío es tónico y estimulante.
Sí, eso de ganarse la vida con el sudor de la frente, fue
una de las consecuencias que la humanidad tuvimos que pagar luego de haber
cometido sendos errores divinales. En la tradición cristiana se dice que cuando
la raza adámica comió del fruto del árbol prohibido, fue corrida del paraíso y
fuimos condenados al trabajo, la enfermedad y la muerte. En la tradición
griega, el mito de Pandora, se afirma lo mismo. Proteo, luego de haber robado
el fuego a los dioses del Olimpo temía que ellos le enviasen un castigo, por
ello le había pedido a su hermano Epimeteo que no recibiera ningún regalo de
esos dioses. Pero, los dioses le tendieron una trampa. Crearon a Pandora, una
mujer muy hermosa y la enviaron a la tierra a fin de que conquistara a
Epimeteo. Antes de enviarla a la Tierra, los dioses hicieron a la mujer una
advertencia tramposa: «No la abras»; sin embargo, ya habían dotado a la mujer
de una enorme curiosidad, por lo que sabían lo que sucedería: la abriría sin
remedio. Conoce a Epimeteo, se enamoran y se casan; le ensena la caja a
Epimeteo y este la guardan, pero un día la curiosidad fue más grande, a tal
punto que Pandora la abre. De ella salen todos los males del mundo, tales como
enfermedad, muerte y también el trabajo para que con el sudor de su frente
puedan vivir.
Este mundo es el que describe Miller. Para empezar, refiere
a su familia de origen nórdico, quienes eran desesperadamente limpios, pero en
su interior apestaban. Ni una sola vez abrieron la puerta que da al alma; ni
una sola vez soñaron con dar un salto a ciegas en la oscuridad. Todo lo que
hacían era pensando en un mañana, pero el mañana nunca llegaba. El presente no
era más que un puente, y en ese puente todavía están gimiendo, como gime el
mundo, y no un solo idiota que piense jamás en volar el puente.
Miller habla de esas masas adormecidas, que sólo viven con
un pie en el pasado y otro en futuro, pero en el presente están muertos,
dormidos. En sus reflexiones Miller sentencia que en su amargura se puso a
buscar razones para condenarlos, pero no son más que para mejor condenarse a sí
mismo, porque se parece a ello en muchos sentidos. Sus aventuras siempre fueron
accidentales, siempre impuestas, siempre soportadas más bien que buscadas.
Perteneció por esencia a esa raza nórdica de gente orgullosa, jactanciosa, que
nunca ha tenido el menor sentido de la aventura, pero que sin embargo ha
recorrido la tierra, le ha dado la vuelta de arriba para abajo desparramando
reliquias y ruinas por todas partes. Espíritus inquietos, pero no aventureros.
Espíritus agonizantes, incapaces de vivir el presente. Todos ellos cobardes,
indignos; incluido él.
Finalmente descubre que no hay en el mundo más que una gran
aventura y esa es interior, hacia uno mismo y para esa aventura ni el tiempo,
ni el espacio, ni siquiera los actos importan. Llega a la misma conclusión a la
que llegaron las tradiciones antiguas: hombre conócete a ti mismo y conocerás a
Dios y al universo.
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