Los avernos internos: aduladores, adivinos XI



Prócoro Hernández Oropeza
Continuamos en el octavo círculo infernal que Dante nos describe en su obra: La Divina Comedia. En este círculo hay diez fosas donde se castigan a los fraudulentos en sus diversas modalidades. Recordemos que estos círculos y fosas se encuentran también en nuestra psique o alma, repartidos en sus 49 niveles. 
En la columna anterior describimos la primera fosa donde se ubican nuestros egos proxenetas y embaucadores. En la segunda fosa (Canto XVII) son castigados los aduladores, que se encuentran en excrementos humanos, digno contrapaso por la obscenidad moral de sus pecados. El ego adulador, aquel que proyecta su narcicismo en otros o pretende manipular a otros a través de falsos elogios. El adulador a veces muestra una admiración sin límites, carente de crítica y más o menos patológica.
El adulador encuentra su interlocutor ahí donde hay un terreno fértil para ello; no puede haber adulación sino hay otro que lo demande. Otra vertiente del adulador es que proyecta en otro lo que él mismo desea para sí. Su objeto de admiración es siempre un ególatra. Pero adular es la manera de menospreciarse, y aunque lo que el adulador busca no es humillarse, sino formar parte de la “grandeza” que percibe en el otro. Las frases de exaltación y los gestos de sumisión son premeditadamente falsos. No hay admiración sino, incluso, desprecio por el otro.
Francois de La Rochefoucauld decía al respecto: “La adulación es una moneda falsa que tiene curso gracias solo a nuestra vanidad.” Con la adulación tocamos la soberbia del otro y al mismo tiempo probamos la nuestra. En conclusión, se manipula a otro cuando se quiere obtener un beneficio específico. Así que aquellos que usaron la adulación para engañar a otros pueden ir a ese círculo infernal, pero también está en nuestra psique y la usamos a veces, consciente o inconscientemente.
En el tercer foso, Canto decimonoveno, son castigados los simoníacos (La pretensión de la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales. Incluye cargos eclesiásticos, sacramentos, reliquias, promesas de oración...), que hicieron mercimonio (tráfico ilícito) de los bienes espirituales y sobre todo de oficios eclesiásticos. La palabra simonía deriva de un personaje de los Hechos de los Apóstoles llamado Simón el Mago, quien quiso comprarle al apóstol Simón Pedro su poder para hacer milagros y conferir, como ellos, el poder del Espíritu Santo, lo que le supuso la reprobación del Apóstol: «¡Que tu dinero desaparezca contigo, dado que has creído que el don de Dios se adquiere a precio de oro!»
Se encuentran al revés en los agujeros, de los que sólo aparecen los pies, rodeados por las llamas. La llama que lame sus pies se refiere a la llama del Espíritu Santo que cayó sobre la cabeza de los apóstoles y de María.
Son castigados aquí los míseros secuaces, rapaces que cambian por oro y plata las cosas de Dios que, dice Dante, deben ser compañeras de la bondad. Este hecho lo reflejó Judas que por 30 monedas vendió a Jesús y con esto denunció el demonio del deseo. Ese demonio lo cargamos internamente también nosotros, por los deseos de los egos vendemos a nuestro Cristo íntimo.
Cuarta Fosa
En la cuarta fosa se castiga a los adivinos y a los magos, quienes caminan con la cara distorsionada hacia atrás, en contraste con el pretexto de ver el futuro: mediante la arrogancia y el engaño de las personas se proclamaban tener las facultades reservadas exclusivamente a Dios. Sin embargo, no deben ser confundidos los astrólogos con los adivinos: en la Edad Media se consideraba a la astrología una ciencia que trataba de los astros y sus influencias, y el propio Dante en varias ocasiones se refiere, por ejemplo, cuando afirma ser nacido bajo Géminis, mientras que la cuestión de cómo estas influencias son consistentes con el libre albedrío se considera, asimismo, en todo caso aquí insiste en el engaño, la pretensión de ser capaz de ver y cambiar el futuro, lo cual, según Dante, es falso.
Estos adivinos y magos, en ese foso infernal caminaban hacia atrás sin poder mirar hacia delante, son muy distintos a los oráculos y profetas de las pasadas tradiciones. Los había entre los griegos, hindúes, aztecas, en la tradición cristiana; en la actualidad sólo se conocen a verdaderos oráculos entre los tibetanos. Son personas que vienen con ese don y poseen una marca que se les descubre cuando aún son pequeños.  Según la concepción budista, la deidad proyecta su espíritu por transferencia de conciencia, uno de los seis yogas de Naropa, en un kuten o soporte físico. Después de la posesión, el médium precisa de un período de convalecencia. ​Los oráculos han tenido un papel importante en el terreno religioso, son consultados para recabar consejo por los gobiernos del antiguo Tíbet y el oráculo actual continúa siendo consultado por el gobierno tibetano en el exilio. Muy diferente a esos falsos adivinos y magos que engañan a la gente a través de la lectura de cartas y otros artilugios.

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