Los avernos internos II
Prócoro Hernández Oropeza
En realidad, en la Divina Comedia, ese viaje al inframundo,
no significa que Dante hay bajado al inframundo físicamente, es un viaje que
hace a su propio hades o inframundo. En ese viaje, como lo explicábamos en la
columna interior es guiado por su maestro encarnado en el poeta de Mantua
llamado Virgilio, que es su maestro interior o su Ser. Este es el camino por
los que han transitado los grandes maestros. Jesús bajó a este inframundo,
Quetzalcóatl también tuvo que bajar al mundo infernal para vencer sus demonios,
sus serpientes y se convirtió en la serpiente emplumada, lo mismo hizo Osiris,
Buda y muchos maestros iluminados. No es un camino fácil, existen múltiples
obstáculos, pues eso significa enfrentarse a sus propios demonios, a los
guardianes del umbral que lo cuidan tan celosamente.
En el canto II, Dante tiene dudas en proseguir su marcha
hacia los círculos inferiores del averno. Dante le confiesa a su maestro:
Poeta que me guías, mira ante todo si mi fuerza es
suficiente para dar el alto paso que me confías… Pero yo, ¿por
qué he de ir? ¿Quién me lo concede? No me creo ni nadie me cree digno de tal
honor. Porque si me decido a hacer este viaje temo que pueda hacer una locura.
Tú eres sabio y puedes entenderme sin necesitar de mis razones.
Virgilio le respondió: - Sí, he comprendido bien tus
palabras; tu alma está llena de pusilanimidad, de ese pavor que tantas veces
impide al hombre y le hace abandonar una empresa honrosa, como hace la bestia
ante su propia sombra... para liberarte de esos temores, te diré a qué he
venido y qué es lo que oí desde el momento en que empecé a sentir piedad de ti…
Me hallaba entre los que están suspensos, (en el limbo) cuando me llamó una
mujer bienaventurada y bellísima, tanto que me puse a su disposición para todo…
Sus ojos brillaban más que las estrellas, y con su voz de ángel comenzó suave y
benigna a decirme en su habla: ¡“Oh piadosa alma mantuana, cuya fama dura todavía
en el mundo y durará cuanto él dure! Mi
amigo que no lo es de la suerte, está en la desierta playa, tan cercado por
todas partes que el miedo lo obliga a volverse atrás y temo que esté ya tan
extraviado, que por lo que acabo de oír de él en el cielo, sea tarde para
socorrerle. Corre pues y con tu hermosa palabra, y con lo que necesite su
salvación ayúdale y así yo quedaré consolada. Soy Beatriz, la que te ordena que
vayas, vengo de aquel lugar al que deseo volver, me mueve l amor y él me hace
hablar.
Aunque Beatriz fue una joven florentina, a esa bella mujer
que Danto amó y exaltó en su obra poética, principalmente en Vita Nuova. Ella
simboliza al amor, pero más allá es la divina madre, aquella que socorre a su
hijo cuando busca su redención, su liberación. Ella es la que pide a Virgilio,
al maestro interior que le ayuda a esa alma que está buscando respuestas para
sanar su psique. Esa es la bendita madre que representa al amor y las virtudes,
la de los ojos más brillantes que las estrellas.
Al escuchar estas palabras, Dante salió de dudas y se animó
a seguir y dijo: - Como las florecillas, inclinadas y cerradas por la helada de
la noche, luego que el sol las ilumina se yerguen abiertas en sus tallos, así
ocurrió a mi ánimo abatido, y tal aliento vino a mi corazón que exclamé ya
libre de temor:
- ¡Oh, la piadosa que me ha socorrido! ¡Oh bienhechor que
con tal presteza obedeciste a las palabras verdaderas que ella te dijo! Así le
dijo y tras él, sobre sus pasos entró por el camino profundo y salvaje al
inframundo. Según las tradiciones antiguas, esa madre divina, conocida con
diversos nombres, Isis, Astarté, María, Palas Atenea, Afrodita, Kwan Yin, Kali,
Parvati, Durga, Coatlicue, etc., son las que ayudan al hijo caído en su lucha
contra sus demonios internos. Esa desierta playa donde se hallaba perdido Dante
es nuestra propia psique, donde el Ser tendrá que dar la batalla contra sus
egos o yoes. (Continuará)
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