El origen del sufrimiento
Prócoro Hernández Oropeza
Platicando con una amiga con cierto nivel de desarrollo
espiritual me contaba su historia, narra que en los últimos años se ha visto
afectada por un sufrimiento, un sufrimiento que le llega hasta el alma. Todo
esto viene por dudas, dudar de su naturaleza, por identificarse con ese maligno
que crea el sufrimiento. Todos hemos sentido o experimentado este terrible
estado, unos con mayor fuerza que otros, con diversos niveles de gradiente.
¿Qué es el sufrimiento? ¿Es algo que el ser humano necesita experimentar o
vivir necesariamente? ¿Es un invento de fuerzas desconocidas? ¿Lo creamos
nosotros para aprender una lección?
De acuerdo al diccionario El sufrimiento es el
padecimiento, la pena o el dolor que experimenta un ser vivo. Se trata de una
sensación, consciente o inconsciente, que aparece reflejada en padecimiento,
agotamiento o infelicidad. Por ejemplo: “La situación me causó un gran
sufrimiento, pero ya me he recuperado”, “Lo peor que le puede pasar a un ser
humano es observar el sufrimiento de un ser querido”, “Tomás me pidió que
acompañe a Hugo en este momento de sufrimiento”. Esta definición no explica
cuál es la verdadera causa del sufrimiento ni cómo abatirlo.
Otra definición aduce que es dolor o sufrimiento
emocional, social, espiritual o físico que lleva a una persona a sentirse
triste, miedosa, deprimida, ansiosa o solitaria. Las personas con sufrimiento
también pueden sentirse incapaces de enfrentar la vida diaria por causa de una
enfermedad como el cáncer. Estos pacientes podrían enfrentar problemas ante su
diagnóstico, síntomas físicos o su tratamiento.
Ni los psicólogos tradicionales lo pueden abatir en sus
pacientes, si acaso les dan soluciones pasajeras, pero no definitiva. Antiguas
tradiciones, sobre todo las orientales como el budismo ya sabían el origen y la
eliminación del sufrimiento. Buda decía que el origen del sufrimiento es el
deseo y la ignorancia. El deseo por las cosas materiales, la fama, el dinero,
las posesiones. Pareciera que fuera imposible vivir en el mundo real sin apegos
y, desde luego, erradicarlos. Nuestro afecto por los demás, el deseo de
triunfar en nuestras empresas, intereses y pasiones, nuestro amor por la vida
—todo esto son apegos y posibles causas de decepción o sufrimiento.
Para los budistas hay una pregunta que, calladamente o en
voz alta, solemos formularnos varias veces al día, muchas, demasiadas veces en
la vida. ¿Por qué sufren los hombres? ¿Por qué existe el dolor? Esta pregunta
señala una realidad de la que nos es imposible escapar. Todos sufren; por una u
otra razón, todos sangran en su corazón e intentan vanamente apresar una
felicidad concebida como una sucesión ininterrumpida de gozos y satisfacciones.
Dice mi maestro que si aprendiéramos del dolor, la humanidad ya fuera sabia,
pero no.
En general, se nos indica que el sufrimiento es el
resultado de la ignorancia. Así, sumamos dolor tras dolor, es decir, a los
hechos dolorosos en sí, sumamos el desconocimiento de las causas que han
motivado esos hechos: no somos capaces de llegar hasta las raíces de las cosas
para descubrir la procedencia profunda de aquello que nos preocupa; simplemente
nos quedamos en la superficie del dolor, allí donde más se siente, y allí donde
más se manifiesta la impotencia para salir de la trampa. Ignoramos la causa de
lo que nos sucede, y nos ignoramos a nosotros mismos, sumando una doble
incapacidad de acción positiva.
Para el budismo ningún dolor es eterno, ningún dolor se
mantiene ante el embate de una voluntad constructiva. Nada, ni dolor, ni
felicidad, pueden durar eternamente en el mismo estado. Hay que aprender, pues,
a jugar con el Tiempo para hallar una de las posibles salidas del laberinto. El
dolor de lo porvenir no tiene cabida en el presente, ya que es un sufrimiento
inútil, antes de tiempo y, tal vez, sin razón de ser. Es verdad que en el
presente ya se está gestando el futuro, pero también es verdad que el temor del
futuro es germen de futuros males, mientras que la voluntad firme y positiva da
lugar a circunstancias más favorables que también pueden gestarse en el
presente.
El dolor de las cosas pasadas, es como intentar mantener
el cadáver de un ser querido en nuestra casa, repitiéndonos constantemente que
no ha muerto, volviendo mil veces los ojos a la irrealidad de un cuerpo que no
existe y desconociendo la otra realidad espiritual que sí existe. Y en cuanto
al dolor del presente, es apenas una punzada que en breve se hunde en el pasado,
para dejar lugar al futuro.
Por eso decía un sabio que los hombres somos capaces de
sufrir tres veces por la misma cosa: esperando que suceda, mientras sucede y
después que ha sucedido. Así se refuerza la tesis de “la ignorancia como madre
de todos los dolores”.
En realidad, el sufrimiento es generado por el ego,
entendido como ese virus o agregado psicológico que ha penetrado en nuestra
psique y controla nuestros pensamientos, emociones y voluntad. (Continuará)
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