El origen del sufrimiento II



Prócoro Hernández Oropeza

El sufrimiento por tanto no es necesario, ni para aprender, ni para permitir que nos robe energía y nos mantenga, a la hora que quiera, en el pesar, la angustia, tristeza, miedo, estrés. Continúo con la experiencia de la amiga que confesaba la situación actual, su sufrimiento. ¿A qué se debía este sufrimiento o por qué sufría? Ella decía que antes tenía experiencias maravillosas con divinidades o lo que algunas tradiciones denominan experiencias de luz, de sabiduría, conexiones con el Ser o espíritu. Pero de una fecha para acá esas experiencias no llegan más; al contrario, siente una gran tristeza en el alma y hasta se percibe atacada por seres invisibles.
En realidad, habría que observar de dónde viene realmente ese sufrimiento. Para ser precisos, el Ser no sufre, nuestra real naturaleza es divina, es luz, amor, es paz interior. Quien perturba nuestra alma o psique, son esos yoes, sombras de los ángeles caídos que nos crean la ilusión de que algo nos falta, que no estamos completos, que hemos perdido nuestra conexión con Dios, la luz y nos crean el deseo de volver a mantenerlo, a vivir esas experiencias espirituales, pero desde su propia cartografía o desde su visión. Es decir, a través de la duda, del sufrimiento. Viene la duda, la duda es de esos yoes, no del Ser. Dudamos de nuestra real naturaleza, creemos que somos lo que esos yoes nos proyectan a través de nuestra falsa personalidad. Esto es, a través de cómo nos concebimos en los diversos planos o roles de nuestra vida. Realmente pensamos que esos roles son nuestra verdadera naturaleza. Rol de hijo, padre, madre, estudiante, profesionista, empleado, comerciante, político, amigo, etc. Esas son sólo máscaras que nos ponemos para actuar los dramas de nuestro diario vivir, pero los vivimos desde esa visión que esos yoes nos proyectan desde sus deseos.
Viene a la memoria una parábola del budismo; aparece en los libros bajo el nombre de “EL GRANO DE MOSTAZA”. En ella refleja el dolor de una madre que ha perdido a su hijo pero que, sin embargo, confía en volverlo a la vida gracias a las artes mágicas del Buda. Este no desalienta a la madre; sólo le pide que para resucitar a su hijo le consiga un grano de mostaza obtenido en un hogar donde no se conozca la desgracia... El final de la parábola es evidente: el grano de mostaza, ese grano tan especial, jamás aparecerá, y el dolor de la madre se verá mitigado en parte, al comprobar cuántos y cuán grandes son también los sufrimientos de todos los demás seres humanos.
Buda aseguró que existe un método para liberarnos del sufrimiento o, como mínimo, para reducir sus efectos. Es más, ese mismo método es el que conduce a la meta más trascendental, a la realidad última, a descubrir la verdadera naturaleza de la mente y el sentido auténtico de la vida. En primer lugar, la doctrina budista nos anima a comprender que todo aquello a lo que nos apegamos posee una naturaleza tan cambiante que incluso podemos considerar, en cierto sentido, que carece de una existencia real. Por ejemplo, cuando estamos enfadados con alguien, esta persona nos parece un ser horrible, insoportable y demoníaco. Pensamos que su naturaleza verdadera es ésa, y lo que alimenta nuestra impaciencia por vernos libre de ella. Pero puede suceder que, por algún motivo en particular o porque simplemente nos hemos olvidado del asunto, esa persona parezca totalmente distinta, encantadora, simpática y definitivamente agradable.
Tras un análisis adecuado, podemos ver que ningún objeto posee un valor objetivo en sí mismo, somos nosotros quienes se lo damos, de acuerdo con nuestra percepción en ese momento determinado. De acuerdo con este razonamiento, si los objetos sobre los que desarrollamos el deseo o la aversión carecen de una existencia consistente, real, no tendrá sentido inquietarnos o enojarnos por su causa.
Una vez comprendido esto, nos resultará más fácil dar el segundo paso, esto es, erradicar el sufrimiento allí donde se origina, en la mente. Cuando abandonamos la tendencia a aferrarnos al deseo, a la ambición, a los pensamientos y a las emociones negativas, nos estaremos liberando del sufrimiento en su fuente. Todas las tradiciones místicas, principalmente de Oriente y en algunas de Occidente consideran que para trascender el sufrimiento se requiere un trabajo interior de auto conocimiento, un proceso que implica descubrir quién es el pensador, el que está originando nuestros deseos, pensamientos, nuestras acciones. El Ser o el ego. Si vienen del Ser o espíritu nuestros pensamientos, sentimientos y actos serán divinos, amorosos, compasivos, virtuosos; si vienen del ego, serán de sufrimiento, desarmonía, tristeza, miedo.
 Los Bodhisattvas, como les llaman los budistas a seres que han logrado la comprensión de este proceso, apoyados por la Perfecta Comprensión, no encuentran obstáculo a su mente, superando el miedo, liberándose de ilusiones para siempre. Por eso dicen que los budas del pasado, del futuro y del presente, gracias a esta Perfecta Comprensión, alcanzan el Nirvana, llegando a la suprema iluminación.

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