La virtud de la humildad
Prócoro Hernández Oropeza
Un hombre virtuoso es aquel que camina sin prejuicios,
apegos, miedos, ira, lujuria, pereza, sin orgullo. Sólo derrama amor y
sabiduría a través de sus palabras, sus gestos, actos, pensamientos y
emociones. La palabra virtud, del latín virtus, igual que su equivalente
griego, areté, significa "cualidad excelente", "disposición
habitual a obrar bien en sentido moral". En Occidente las fuentes de la doctrina sobre
la virtud son Platón, Aristóteles y Tomás de Aquino, entre otros. En otras
tradiciones, como las indostanas también poseían bien definidas las virtudes o
principios que el hombre debía asumir en su vida cotidiana.
Para esas tradiciones antiguas, las virtudes son lo opuesto
de los defectos (egos), lo contrario de las virtudes. En el caso de la humildad,
su opuesto es el orgullo. Una persona que carece de humildad es prepotente, se
cree mucho, quiere que todo mundo le admire, le rinda pleitesía, lo alabe, lo
apapache. Si la gente no lo hace, entonces se siente mal, se deprime, siente
que no merece, y esos defectos o virus se asocian con otros como es el de la
ira.
La virtud es, en Platón, el dominio de la parte racional del
alma sobre la parte apetitiva (tendencia a lograr un fin sensible) y sobre la
parte irascible (tendencia a evitar un daño sensible). Para Aristóteles, la
vida es moralmente virtuosa si se tiene el hábito de la virtud, "por el
cual el hombre se hace bueno y por el cual ejecuta bien su función propia…” luego entonces, la práctica habitual de las
virtudes éticas, que consisten en un justo medio entre dos excesos, hace al
hombre moral y lo dispone a la felicidad. Esto significa que la persona que
tiene virtudes es mucho más libre que la que no las tiene. Es capaz de hacer lo
que quiere -lo que decide-, mientras que la otra es incapaz.
Sólo quien tiene virtudes puede guiar su vida de acuerdo con
sus principios, sin estar cediendo, a cada instante, ante la más pequeña
dificultad o ante las solicitaciones contrarias, las de aquellos agregados
psicológicos que lo impelen a realizar actos que van en cintra de sus
principios, en contra de su naturaleza divina.
La humildad es la virtud que le permite a un ser humano
reconocerse como alguien igual a los demás, con virtudes y limitaciones, y obra
de acuerdo a este conocimiento. El hombre humilde no aspira a la grandeza
personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios es un
valor muy superior. Va tras otros tesoros. No está en competencia. Se ve a sí
mismo y al prójimo ante Dios. Es así libre para estimar y dedicarse al amor y
al servicio sin desviarse en juicios que no le pertenecen. El orgulloso,
el engreído, el vanidoso jamás podrá relacionarse sabiamente con la parte
superior del Ser. Sólo la humildad puede proclamar el arrepentimiento y la
conexión.
La vanidad es charlatana por naturaleza y cuando es herida
truena con grande ira. El orgullo es silencioso. La vanidad es pariente del
orgullo y juntos suelen ser peligrosos. Por vanidad alguien hablaría ciertas
cosas, por orgullo callaría. La vanidad suele disfrazarse con el traje de la
modestia. Un escritor o un escribano puede aparecer en público con ropajes de
la modestia.
Un gran Guru de la tradición Sikh de India, Guru Nanak se
encontró con un Jeque llamado Behran, después de escuchar las sabias palabras
de Nanak el jeque le dijo que se sentía complacido a tal punto que estaba
dispuesto a desechar sus vestiduras y envolverse en una manta áspera o vestir
aquello que le podría llevar cerca de Dios.
Mi querido jeque, le contestó Nanak, debes saber que esas formas
exteriores no tienen importancia. Es la gracia interior lo que cuenta. No es
necesario vestirse como un pordiosero o dejar el hogar. Lo único necesario es
quitar las impurezas de la mente y llenar el corazón con ansia de recibir su
gracia. Si me preguntaran cómo me vestiría para encontrarme con el Señor, mi
respuesta sería con dulzura del habla y el cultivo de la virtud. La humildad en
acción, el perdón en la conducta y las palabras que son como bálsamo, son los
verdaderos adornos del alma. Esto es un buen ejemplo de lo que es la virtud de
la humildad.
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