La filosofía y sus misterios
Prócoro Hernández Oropeza
Primera parte
El conocimiento de las filosofías antiguas es fascinante
por los grandes misterios que encierran, muchos de ellos difíciles de
comprender. En Egipto Hermes Trismegisto, el tres veces maestro dejó como
legado de una gran sabiduría oculta El Kibalyon. Otro libro de misterios es El
libro de los muertos. El nombre egipcio original para el texto es
convencionalmente traducido por los egiptólogos como Libro de la salida al día,
o ‘Libro de la emergencia a la luz’. El texto consistía en una serie de
sortilegios mágicos destinados a ayudar a los difuntos a superar el juicio de
Osiris, asistirlos en su viaje a través de la Duat, el inframundo, y viajar al
Aaru, en la otra vida.
En India, sus antiguos sabios nos legaron Los Veda:
antiguos textos místicos con encantamientos, relatos mitológicos y fórmulas
para alcanzar la iluminación. Los Vedas son las escrituras sagradas del
hinduismo, y están considerados los textos religiosos más antiguos de todo el
mundo. Se cree que fueron compuestos hace al menos 3.500 años, y constituyen
una vasta recopilación de himnos, encantamientos mágicos, apasionantes relatos
mitológicos y fórmulas sagradas para alcanzar la iluminación. Los Vedas son
cuatro: el Rig Veda, el Sama Veda, el Yajur Veda y el Atharva Veda, cada uno de
los cuales puede subdividirse a su vez en cuatro partes –Samhitas (himnos),
Brahmanas (rituales), Aranyakas (teología) y Upanishads (filosofía).
En China Confucio nos legó su obra filosófica condensada
en Los Cuatro Libros: Gran Saber, Doctrina de la medianía, Analectas de
Confucio y Mencio. Los Cuatro Libros fueron los textos básicos de los exámenes
imperiales bajo la dinastía Ming y la dinastía Qing.
Lao Tsé (cuyo
significado es “viejo maestro”), también llamado Lao Tzu, Lao Zi, Laozi o
Laocio, se le considera uno de los filósofos más relevantes de la civilización
china. La tradición china establece que vivió en el siglo VI a. C., pero muchos
eruditos modernos argumentan que puede haber vivido aproximadamente en el siglo
IV a. C. Se le atribuye haber escrito el Dào Dé Jing (o Tao Te Ching), obra
esencial del taoísmo. De acuerdo con este libro, el tao (o dao, ‘camino’) puede
verse como el cambio permanente y este es la verdad universal.
Estas dos filosofías forjaron la cultura de ese gran
país, China y dieron fundamento a sus creencias, a su moral y a su vida
cotidiana. La doctrina de Confucio, sintetizada en una serie de máximas
morales, tendía a volver al pueblo a las viejas y ancestrales costumbres, algo
rígidas, pero nobles y dignas. Confucio pensaba que, si un hombre honesto y
moral tuviese a su cargo el gobierno de la nación, se rodearía de hombres
igualmente dignos y, por tanto, concibió la idea de educar a los príncipes que
un día llegarían a ser emperadores, para que éstos, a su vez, influyesen en una
corriente educativa que iría de los soberanos hacia los súbditos, y de este
modo se reformaría la nación.
En cambio, Lao Tsé describe al hombre perfecto, santo,
sabio; su primera virtud es imitar la conducta del Tao; tiene que ser humilde,
modesto, sin ambición; su regla principal es el wu wei: no actuar, no
intervenir, dejar a las cosas seguir su curso natural porque la naturaleza, en
el Tao, es divina, la madre de todo y de todos. Lao Tsé no se preocupa de
política como Confucio, que buscaba la formación de sabios y hombres perfectos
destinados a ocupar un puesto de ministro o de consejero cerca del soberano; el
ideal humano del Tao es el de no intervenir. El mejor gobierno es el ejemplo de
la personalidad moral del gobernante; es aquel en el que el pueblo no advierte
estar gobernado, el que cree hacer su voluntad.
La ética de Lao Tsé es individualista, no se preocupa de
las virtudes sociales y subjetivas; lo malo es lo artificial, lo cultivado, lo
que deforma el Tao; hay que volver a la inocencia y sencillez primitiva, seguir
la Virtud, el Te, del Tao, única virtud eficaz.
Para Lao Tsé la persona sabia prefiere la no acción y
permanece en el silencio. Todo pasa a su alrededor como por sí mismo. Ella no
se siente apegada a nada en la Tierra. No se apropia de nada hecho por ella y
después de crear algo, no se enorgullece de esto. Puesto que esta persona no se
ensalza, no alardea y no exige respeto especial de los demás, resulta agradable
para todos. Con esa sabiduría Lao Tsé nos habla de evitar el apego, porque como
decía Buda, el apego genera sufrimiento. Y en otro contexto y Krishna le decía
a su discípulo Arjuna: - No te identifiques con el fruto de tus acciones, sólo
disfruta lo que haces y hazlo en devoción al Padre, a Brama.
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