Jano, pasado y presente



Prócoro Hernández Oropeza
De pronto, como si hubiésemos saltado una barda, llegamos a un nuevo año, y damos el primer paso con el mes de enero. A quién se le ocurrió dividir el año en meses, en 12 meses y además bautizarles. A lo largo de la historia los pueblos han sentido la necesidad de contar con un punto fijo donde iniciar sus cálculos del tiempo. Con este fin, generalmente se ha determinado el punto inicial o bien usando un evento histórico, como el nacimiento de Jesús o por un evento hipotético (la fecha de la creación del mundo). Los mayas también descubrieron la necesidad de tal fecha y así, probablemente usando un evento astronómico significativo, ubicaron ese día inicial el 13 de agosto de 3114 a.C. del calendario Gregoriano.
Ellos desarrollaron el calendario más exacto de 365 días llamado Haab. Este calendario se basa en el recorrido anual de la Tierra alrededor del Sol en 365 días. Los mayas dividieron el año de 365 días en 18 "meses" llamados Winal de 20 días cada uno y 5 días sobrantes que se les denominaba Wayeb. Cada día se escribe usando un número del 0 al 19 y un nombre del Winal representado por un glifo, con la excepción de los días del Wayeb que se acompañan de números del 0 al 4. Los mayas también llevaban una cuenta de los días transcurridos a partir de una fecha que ellos determinaron como el inicio de la era maya actual. A esta cuenta se le denomina la "Cuenta Larga" o "Serie Inicial".
Cada mes de enero de cada año nuevo tiene un significado peculiar para cada uno de nosotros. Cómo que renacen nuevas esperanzas y se trazan objetivos o se marcan metas a cumplir, a veces sin demasiada perspectiva; otras con mucha fe. Enero viene del latín ianuarius y es el primer mes del año del calendario Gregoriano. Se le llama Gregoriano porque fue el Papa Gregorio XIII quien hizo público un documento el 24 de Febrero de 1582, que establecía el calendario Gregoriano como el nuevo calendario oficial del mundo Católico. Con ello dio fin a otro calendario Juliano, que se utilizaba desde Julio César con diez días de diferencia. Entonces el Papa decidió que el 4 de Octubre de 1582 sería seguido por el 15 de Octubre de 1582.
Enero, es el mes dedicado al Dios romano Jano. Jano a​ en la mitología romana, es el dios de las puertas, los comienzos, los portales, las transiciones y los finales. Por eso le fue consagrado el primer mes del año y se le invocaba públicamente el primer día de enero, mes que derivó de su nombre (que en español pasó del latín Ianuarius a Janeiro y Janero y de ahí derivó a enero).
Como se puede ver en la imagen, a Jano se le representa con dos caras que aparecen contrapuestas. Y, sí, significa que una cara mira atrás, al pasado, y la otra mira al futuro.
La mirada de Jano puesta en el pasado, en diciembre y la cara de Jano observando el nuevo año que surge. Así que, al llegar al fin de año, como hacemos retrospección de las buenas o malas obras que hicimos en los días que se han esfumado en la bruma del tiempo. La otra cara nos invoca o nos invita a mirar el futuro, lo que nos depara el mañana, los días venideros, lo incierto, lo imprevisto. ¿Qué nos depara el mañana? Será bueno, auspicioso o de incertidumbre, de malos augurios.
Recuerdo que, de niño, mi padre nos llevaba a misa de fin de año, que se celebraba a las 12 de la noche. Cuando terminaba, mi padre y sus amigos miraban hacia el cielo, escudriñaban las estrellas y según los signos o arquetipos que sus padres o ancestros les habías ensenado, predecían cómo sería este nuevo año. Este año será de buena lluvia, excelentes cosechas, o de escasa lluvia, malas cosechas.
Nosotros debemos pensar con el corazón cómo será nuestra vida en los nuevos días, de tristeza, aburrimiento, sufrimiento o de nuevas albricias, de progresión espiritual, éxitos. Todo dependerá de nuestros actos, nuestros pensamientos y nuestra palabra. Cada pensamiento que externamos será nuestra creación. Si son pensamientos positivos, amorosos, generosos, vamos a cosechar las energías que generen. Si son de angustia, sufrimiento, miedo, eso recogeremos como cosecha. Nosotros creamos nuestro destino con nuestras acciones, pensamientos y emociones.


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