Hombres lunares, hombres solares
Prócoro Hernández Oropeza
Este mes, enero, fuimos testigos de un espectáculo
maravilloso en el cielo: una luna grande, rojiza que fue cubierta por la sombra
de la tierra. Aunque en la tarde estaba el cielo nublado, en el momento del
eclipse, una buena parte del cielo se despejó, como si alguien hubiese movido
las nubes para que pudiéramos apreciar ese acontecimiento. Era un poco más
grande de lo normal y poco a poco se vio cómo una especie de sombra muy velada
la fue cubriendo, pero no desapareció totalmente.
Si, se veía rojiza, tal por ello la bautizaron como luna de
sangre de lobo. Según las distintas fuentes se le llama así debido a que en la
Edad Media la luna llena de enero coincidía con los aullidos de los lobos en
invierno. Dicho fenómeno astronómico se produce durante un eclipse lunar total
en el que se alinean la luna y el sol, de forma que la atmósfera de la Tierra
filtra la luz azul y verde de los rayos solares, pero deja en cambio pasar la
roja. Por este motivo, la luna se ha teñido con el reflejo del brillo rojizo
que le llega procedente de la atmósfera y crea la llamada súper luna de sangre.
Es en invierno cuando aquí podemos apreciar la luna y un
cielo limpio que permite ver esa inmensidad del universo con sus miles de
estrellas, galaxias, soles, lunas, aunque a simple vista todas esas luces se
parecen. Algunas se distinguen de otros por la gama de colores; unas semejan a
las luces de navidad con diversos colores parpadeando, otros quietas como un
foco de 50 wats, otras con más luminosidad. Según los expertos aquellas que no
parpadean u titilan son estrellas grandes y las que no lo hacen son simplemente
planetas rocosos.
Al otro día del eclipse, la luna se veía muy esplendorosa
arriba de la bahía; el mar estaba muy revuelto, más que de costumbre. Y es que
la luna, sobre todo cuando está completa o llena afecta a todo lo existente
sobre la tierra y el mar se estremece, con un fuerte oleaje. La luna posee
muchos misterios y pese a que el hombre ha pisado el suelo lunar, aún se
desconoce su origen. En la tradición oriental se afirma que la luna es la madre
de la tierra y gira incesantemente en torno a su hija la tierra como si fuese
en verdad un satélite. Esta teoría sugiere que la luna madre al exhalar su
último aliento, transmitió a su hija la tierra todos sus poderes. Luego
entonces la luna es nuestra madre, somos lunares, selenitas, aunque vivamos en
la tierra.
Otra percepción estima que el Sol, los planetas que giran a
su alrededor y las lunas en las órbitas de esos planetas son los cuerpos de
exaltados seres espirituales. Así como nosotros irradiamos diferentes ondas de
nuestros cuerpos, así también estos exaltados seres espirituales irradian ondas
de diferentes tipos. Al igual que las ondas que irradiamos dependen de la
naturaleza de nuestra personalidad, así la naturaleza de las ondas del Sol, los
planetas y las lunas dependen de la naturaleza de los seres que trabajan en
esos cuerpos cósmicos. Los astrólogos observan que los planetas irradian ondas
que tienden a estimular algunos aspectos en el hombre como pensamientos,
deseos, retrospección, independencia, belleza, independencia, memoria, entre
otros.
La gente vive en el mundo de las pasiones animales y goza en
los deseos pasionales, porque el vehículo emocional que poseemos es tan sólo un
cuerpo lunar animal de deseos bestiales. Todos nuestros cuerpos son lunares,
porque están influidos por la luna y vivimos como autómatas, mecánicamente. Así
que somos hombres lunares y mientras sigamos dominados por esa dinámica porque
nuestra conciencia está embotellada por agregados psíquicos, que constituyen el
Mí Mismo, el yo el ego. Entonces
necesitamos aprender a vivir, liberarnos de esa herencia lunar que tenemos.
Ahora, dicen los maestros necesitamos volvernos solares, marchar hacia la vida
solar. Sólo así lograremos la felicidad auténtica y la liberación. Decía Jesús,
en Corintios 15:41: “Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el
de las estrellas, y una estrella se diferencia de otra en su
resplandor." Necesitamos brillar
como una estrella con luz propia, como un radiante sol.
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