Los sonidos del silencio



Prócoro Hernández Oropeza


¿Qué es el silencio? ¿Existe realmente el silencio? Silencio, de acuerdo a su definición es un estado en el que no hay ningún ruido o no se oye ninguna voz. Silencio procede del latín silentĭum y hace referencia a la abstención de hablar o a la ausencia de ruido. En realidad, el silencio puro o en sentido estricto no existe, siempre habrá un ruido o a algo que lo perturbe. Se puede llegar a un estado de silencio total sólo cuando el hombre logre desconectar sus sentidos y entrar en un estado profundo de meditación. De hecho, la meditación busca ese espacio, alejarse de todo ruido, sobre todo mental para llegar a un estado de vacío o iluminación.
Para la mayoría de la gente es casi imposible llegar a esos estados de silencio interior. La mente nos distrae y cada ruido, movimiento o incluso los latidos de nuestro corazón nos impiden arribar a esos estados profundos de silencio. Esa mente gobernada por muchos agregados psicológicos provocan ruido en nuestra psique y no nos dejan en paz.
En la canción de Simon y Garfunkel, denominada Los sonidos del silencio, en su primera estrofa nos retrata un poco esta realidad:  
Vieja amiga oscuridad
otra vez quisiera hablar
porque he tenido nuevamente
una visión que suavemente
iba cambiando mi manera de pensar
la oigo hablar
la escucho en el silencio

En sueños caminaba yo
entre la niebla y la ciudad
por calles frías desoladas
cuando una luz blanca y helada
hirió mis ojos
y también hirió la oscuridad
Esa oscuridad es aquella parte de la mente donde están nuestros recuerdos, desde los más sublimes, pero también los más oscuros o terribles.  En sueños caminaba entre la niebla y la ciudad por calles frías desoladas, esos laberintos de nuestra alma y de repente una luz blanca hirió mis ojos y también la oscuridad. Se refiere a aquella luz que viene de nuestro Ser y nos despierta o nos puede despertar de ese sueño profundo en que vivimos, esa luz que rompe los vemos de la ignorancia en que vivimos.
Esa luz le permitió ver mil personas, tal vez más que hablaban sin poder hablar, gente que oía sin poder oír y un silencio que los envolvía sin piedad. Se refiere a ese otro silencio que tiene que ver con la incomunicación. Significa que la gente habla por hablar, el habla mecánica, oye sin escuchar más que a sus propios yoes.
En la letra de esa canción Simon y Garfunkel´s continúan diciendo:
Entonces yo les quise hablar,
entonces los quise ayudar.
Quise sentirlos como hermanos,
quise tomarlos de las manos;
pero no podían, no podían despertar ni entender.
Me hundía en el
silencio.
Se entiende que esa gente está dormida, dormida en su silencio egoico. Afirman los maestros de luz que la mayoría de la gente vivimos dormidos. Despertamos del sueño onírico y seguimos dormidos, pensamos, caminamos, hablamos en forma mecánica y nos movemos como robots. Cuando llegan maestros despiertos y los animan a despertar sólo muy pocos lo hacen. Jesús, en su intento por liberarnos de ese sueño enfrentó muchos desafíos, entre ellos su propia muerte. En una parte de su caminar dijo: de mil que me buscan uno me encuentra, de mil que me encuentra uno me sigue, de mil que me siguen uno es mío.
La mayoría vive en aparente confort con su realidad, pero en realidad no tiene sosiego, siempre anda como el conejo tras la libre y por más que corra nunca la alcanza. Busca la velocidad afanosamente, pero afuera y ahí jamás la encontrará. Sólo lo logrará cuando la busque adentro. Pero sucede lo que ya esos músicos norteamericanos vislumbraban con un poco de atino.
Se arrodillaban a rezar,
aquella luz era su Dios.
Yo les grité que despertaran,
que la verdad allí no estaba,
que los profetas no, no son luces de neón
y que Dios siempre habla en el
silencio.
Esa gente se arrodilla a adorar luces de neón, confundiéndolas con Dios. Esas luces son los engaños de la mente, los falsos ídolos, cuando en realidad, la verdad está en otro lado, cuando la mente se doblega y penetramos en el silencio a la fuente de la felicidad, la paz interior, la sabiduría. Esa fuente es nuestra naturaleza divina, nuestra real naturaleza.

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