El agua del olvido
Prócoro Hernández Oropeza
Dicen los maestros de las antiguas tradiciones que cuando
nacemos nos dan el agua del olvido y no recordamos quienes fuimos en nuestras
vidas pasadas. Salvo muy raras personas pueden tener atisbos de esas vidas,
principalmente algunos niños que aun poseen algunos recuerdos, pero cuando van
creciendo lo van olvidando. Recuerda hace tiempo a un niño de tres años. Él
afirmaba que venía de una estrella y daba su nombre, raro por cierto. Sus
padres le había puesto el nombre de Enrique, pero él se negaba a aceptar dicho
nombre. Él decía que su verdadero nombre era Sebastián.
Sí, venimos con nuestra conciencia dormida, sólo un tres por
ciento, el resto se halla fragmentada por las legiones de egos. Con ese
porcentaje tan bajo qué podemos esperar, más que sufrimiento, buscar la gloria
y la felicidad afuera.
En el Evangelio Según San Tomás, de los libros apócrifos,
Logion 28 se indica: “Jesús ha dicho: Yo me he posado en medio del mundo y me
he revelado a ellos en la carne. Los he encontrado a todos ebrios, no he
encontrado a uno sólo entre ellos que tuviera sed, y mi alma ha sentido pena
por los hijos de los hombres, porque están ciegos en su corazón y no ven que
han venido al mundo estando vacíos. Pero ahora están ebrios. Cuando hayan
arrojado su vino, entonces se arrepentirán.”
Como venimos con tan escasa conciencia, estamos vacíos,
ignorantes y ebrios. A esta embriaguez los indostanos le llaman Maya o ilusión.
Vivimos con una venda en los ojos y pensamos que esto que captan nuestros cinco
sentidos es todo lo que existe, es lo real. La mayoría, como lo vio Jesús
cuando arribó a este planeta, ninguno sentía sed, no de agua, sino de
conocimiento, de sabiduría para trascender este territorio del ego.
En nuestra alma hay sed, pero en vez de abrevarle de
sabiduría, de amor y virtudes, la llenamos con la satisfacción de nuestros
deseos materiales, más no espirituales. En parte porque la verdadera sabiduría
o el conocimiento develado por los grandes místicos se encuentran ocultos. Y
aquellos que la poseen la guardan para sí o para evitar que con ella se ponga
en peligro su estatus.
En ese mismo Evangelio de Tomas, Jesús lo denuncia: “Los
fariseos y los escribas han recibido las llaves de la Gnosis y la han ocultado.
Ellos no han entrado y, a los que querían entrar, no les han dejado entrar.
Pero vosotros sed astutos como las serpientes y cándidos como las palomas.” Se
dice que los grandes jerarcas de las religiones que controlan el mundo poseen
esas llaves del conocimiento verdadero pero la mantienen oculta. No quieres que
se sepa la verdad. O que esos conocimientos trascendentes lleguen a la gente
por temor a ser desplazados o ignorados.
Pero, como Decía Jesús: El que busca encuentra. El que tiene
fe podrá mover montañas. Un hombre empieza a buscar, lo hace porque una voz
interior le impele a buscar, su alma desea romper las cadenas de esclavitud.
Entonces se librarán grandes batallas en nuestro interior. Nuestra alma es el
campo donde liberamos grandes batallas contra legiones de demonios o las
sombras de los ángeles caídos, también se le llaman agregados psicológicos,
yoes, egos. Esa será la batalla más grande y difícil a la que nos habremos de
enfrentar en esta o en otra vida. Esa fue la lucha de Buda contra Mara y sus
demonios, de Arjuna contra los Pandavas y de Osiris contra Seth y los demonios
rojos. La del propio Jesús cuando se
enfrentó a Lucifer en su meditación en la montaña. Me pregunto, ¿Para qué esperar
en la otra vida? Esta batalla se tiene que dar ya, ahora mismos, observando
cada da defecto psicológico, cómo se presenta, cuánto me afecta, con quién se
presenta con más frecuencia o qué yo es más contundente y repetitivo, cuánta
energía me está robando, cuánto tiempo de mi felicidad es cortada por estos
virus o intrusos.
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