La elocuencia del silencio



Prócoro Hernández Oropeza


La palabra silencio posee diferentes significados. Cuando éramos estudiantes los maestros nos imponen guardar silencio. Silencio significaba no hablar, sólo estar escuchando y comprendiendo los mensajes del profesor. Si nuestros padres estaban charlando con adulto, si por error interrumpíamos esa conversación, recibíamos tremenda reprimenda. Nos decía que cuando los mayores platican, los hijos deben, por respeto, guardar silencio. Como no había muchos aparatos como la televisión, internet o los celulares, el silencio era mayor, menos ruido, ajetreo, estridencias.
El periodista español Pedro Serrano Ortiz afirma que en estos tiempos de cháchara, liviandad y estridencias, el silencio es una bendición, un bálsamo. Escasos son los que saben cuándo hablar y cuándo callar; raros los que saben usar los silencios; pocos los que se atienen a las reglas de cortesía necesarias en una buena conversación, diálogo, tertulia o debate. Pocas veces se tiene en cuenta el valor del silencio para una escucha considerada y activa.
Nos hemos acostumbrado tanto a los ruidos que muchos no pueden estar sin oír música en todo momento o tener prendida la televisión, aunque no la vean o la usan para dormir. Pero existen otros ruidos más terribles como el hecho de estar comiendo o degustando un momento con algún familiar o amigo o los hijos y estamos con el celular viendo los mensajes, las novedades, los likes. Perdemos el respeto por las  personas o las personas que están cerca de nosotros. En algunos restaurantes o cafés, haciendo eco de esta preocupación, les piden a sus clientes que dejen el celular en un canasto para que puedan charlar, compartir el café o los alimentos en santa paz.
Serrano Ortiz aduce que quien respeta las pausas y el silencio en la comunicación es considerado como alguien discreto y educado. Además, el silencio no dificulta el habla, sino que la hace posible. El silencio es la antítesis de la palabra, sin embargo, debido a la gran importancia que tiene en la comunicación humana, hace que habla y silencio sean complementarios. El silencio no es renuncia, sino contención, pausa, reflexión. El silencio es prudencia. El silencio es elocuente. Hay silencios que dicen más que mil palabras. Hay silencios que gritan, que consienten, que censuran, que claman, que duelen... El lenguaje es palabra y silencio. “Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar” (Eclesiastés.
En otro contexto, el silencio puede ser un estado de abstracción mediante el cual un meditante entra en contacto con su ser interior profundo. Se abstrae de los ruidos del exterior, entra un estado profundo de concentración, detiene todo pensamiento y logra conectarse con la gran fuente de luz y sabiduría que existe en su interior. Ese silencio es oro porque de ahí viene la conexión con la felicidad eterna, con la paz interior, la sabiduría.
En India hay cuentos que nos muestran esta parte bondadosa del silencio.  Aunque algunos pueden no entenderlo: Este cuento dice:
Un padre deseaba para sus dos hijos la mejor formación mística posible.
Por ese motivo, los envió a adiestrarse espiritualmente con un reputado maestro de la filosofía vedanta. Después de un año, los hijos regresaron al hogar paterno.
El padre preguntó a uno de ellos sobre el Brahmán, y el hijo se extendió sobre la Deidad haciendo todo tipo de ilustradas referencias a las escrituras, textos filosóficos y enseñanzas metafísicas.
Después, el padre preguntó sobre el Brahmán al otro hijo, y éste se limitó a guardar silencio.
Entonces el padre, dirigiéndose a este último, declaró:
-Hijo, tú sí que sabes realmente lo que es el Brahmán.
Aquí se demuestra como el padre interpreta erróneamente el silencio de su hijo y  se limita a ponderar positivamente al que se explayó ponderando a su maestro y las enseñanzas que le dio. El que guardó silencio sabe que no debe presumir, ni externar esas enseñanzas que deben ser divinas y sabias. Está aprendiendo el camino del sabio, el que sabe cuándo hablar y cuándo callar. El sabio no presume, predica con el ejemplo y guarda sus perlas de sabiduría para entregarlas a quien en verdad deseé escucharlas.



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