En busca de respuestas



Prócoro Hernández Oropeza
Nací en un pueblo pintoresco, rodeado de montañas, cuatro montañas se divisan desde las ventanas de la casa de mis amados padres. Y desde pequeño me preguntaba que había más allá de ellas, qué gentes, poblaciones, culturas habitaban atrás del Popocatépetl, Iztaccíhuatl o del Pico de Orizaba. Y también me preguntaba si algún día podría rebasar los límites de lo que alcanzaban a ver mis ojos. Pero también me preguntaba por qué había nacido en ese pequeño pueblo con esta familia, con estos padres. Atisbaba en el cielo, que por las noches cuando no había luna, se divisan millones de estrellas, la Vía láctea que me imaginaba un camino por donde transitaban los ángeles. Eran muchas las preguntas que había en mi corazón y a las que no encontraba respuestas.
Con el paso del tiempo, pude emigrar hacia otras ciudades, conocer otros pueblos, culturas y gentes, pero no había respuestas claras acerca de por qué había venido a este planeta. La religión daba algunas pautas, lo mismo que los libros y filosofías que fui hurgando. Sólo hasta muy tarde, pasando el medio de siglo de vida empecé a tener abismos.
Jiddu Krishnamurti, otro gran maestro de la India, en su libro Libérese del pasado dice que a través de las edades , el hombre ha venido buscando más allá del bienestar material –lo que llamamos verdad, Dios o realidad, un estado sin temporalidad- algo que no pueda ser perturbado por las circunstancias, por el pensamientos o por la corrupción humana.  Y como tal se ha preguntado siempre: ¿Qué significa todo esto? ¿Tiene la vida algún significado? Y se cuestiona qué hacer  ante las distintas adversidades como las guerras, la división interminable en las religiones, las ideologías y nacionalidades: ¿Qué ha de hacer uno? ¿Qué cosa es esto que llamamos vivir? ¿Hay algo más allá?
Y en esta batalla constante que llamamos vida, tratamos de establecer un código de conducta de acuerdo con la sociedad en la que hemos crecido, aceptamos una norma de conducta como mexicanos, americanos, musulmanes, católicos, cristianos. Siempre recurrimos a alguien para que nos diga cuál es la conducta correcta o equivocada, cuál es pensamiento correcto o errado y siguiendo este patrón nuestra conducta y nuestro pensamiento se vuelven mecánicos, nuestras respuestas mecánicas. Entonces para descubrir sí hay o no algo más allá de esta existencia ansiosa, culpable, temerosa y competitiva, Krishnamurti sugiere que uno deba enfrentarse a ella en forma por completo diferente.
Este cambio puede ocurrir solamente si cada uno reconoce el hecho fundamental de que nosotros como individuos, como seres humanos, cualquiera sea la parte del mundo en que vivamos, o la cultura a la que pertenezcamos, somos totalmente responsables de la situación en la que se halla en el mundo. Es decir, nosotros con nuestros pensamientos, emociones y acciones hemos creado este mundo, somos cocreadores. Cada uno de nosotros somos responsables de todas las guerras, por la agresividad de nuestras vidas, por nuestro racionalismo, nuestro egoísmo, nuestros dioses, nuestros prejuicios, nuestros ideales, todo lo cual nos divide.
Nosotros hemos contribuido al caos y la desdicha que existe en el mundo, porque somos parte de esta monstruosa sociedad con guerras, divisiones, fealdad, brutalidad y codicia. Ahora estamos expuestos a miles de imágenes, información,  películas que fomentan la violencia, la codicia, la lujuria, la fama, la vanidad, todo esto va moldeando nuestra psique y lo estamos proyectando hacia el exterior. Krishnamurti tiene toda la razón y si observamos cómo está el mundo, sus descripciones se quedan cortas. Por ello dice que es necesario darnos cuenta de esta realidad, ser responsables por nuestras creaciones. Y aunque Krishnamurti trata de desligarse de la fe en un Dios o religión, en una verdad, o que la verdad no está en la mezquita, en la religión, en un sacerdote o filósofo, considero que  la inspiración de esos grandes maestros es indispensable, pues ellos han venido a traernos mapas para el retorno a casa. Sí, Krishnamurti señala la necesidad de no aferrarse a ninguna autoridad, ni a la propia misma y que eso nos dará libertad. Sin embargo, desde su óptica, no se puede apreciar que esos tiranos que nos tienen esclavos en nuestra psique son los miles de agregados psicológicos de ira, lujuria, celos, rencor, avaricia, pereza, angustia que nos han esclavizado; esos son los que nos tienen prisioneros y por ello no avanzamos y sólo actuamos como robots. Mientras  no se eliminen esa ansiada libertad no vendrá por más optimistas que seamos. Es como si un náufrago que no sabe nadar con el puro optimismo se salvará. Requiere cuando menos saber nadar y sortear los oleajes, así como nosotros debemos saber surfear los oleajes de nuestra vida.

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