El acto o defecto de discutir



Prócoro Hernández Oropeza

Algunas personas somos muy propensas a discutir, discutir sobre cualquier  tema, no importa que no sepamos de la materia en cuestión. Hemos desarrollado el hábito de meternos en discusiones y controversias innecesarias. Esto se nota más en el plano político, pero también sucede en las pláticas habituales o cotidianas.
En India, a este hábito le llaman Takika Bhuddi, discutir demasiado. Las personas que han adquirido este hábito o vicio no pueden permanecer tranquilos ni por un minuto y buscan las ocasiones para discutir acaloradamente. Están usando su centro intelectual, el racional, centro que les impele generar polémica, controversias debido a que un ego requiere energía. Puede ser el ego del orgullo, de la razón, de la envidia, de la prepotencia, de la intolerancia. Muchas veces discutir demasiado no sólo crea enemistad y hostilidad, también se gasta mucha energía en ello.
El intelecto o centro intelectual posee dos niveles, el inferior y el superior. El primero está gobernado por esos egos que se han descrito arriba o por otros más sutiles que ni siquiera los percibimos. Esos egos siempre quieren tener la razón, imponer sus puntos de vista, sus creencias, ideologías o verdades. El segundo es el intelectual superior, aquel que se basa en la intuición, que viene más allá de esa mente inferior o mecanicista. La intuición trasciende la razón pero no la contradice; es la percepción directa de la verdad. La razón tiene que ver con los asuntos del plano material. Lo trascendental está más allá de la razón, pero no la contradice.
El intelecto, afirma el maestro Sivananda, es de gran ayuda en la reflexión y el razonamiento. Pero las personas que han desarrollado mucho la razón se vuelven escépticas. En este caso la razón se pervierte. Como son racionalistas no pueden creer en nada que no esté de acuerdo son su razón, no creen en nada que no se pueda comprobar científicamente, pero hablan de una ciencia muy estereotipada. No creen en Dios o en los ángeles o en los libros sagrados porque no se pueden comprobar científicamente. Cuántos libros, narraciones o documentales se han desarrollado para tratar de demostrar que Jesús, por ejemplo, no existió, o si existió murió, no resucitó y han tratado de encontrar su cuerpo o restos de su personalidad física.
Como estima Sivananda, a este tipo de personas los pensamientos divinos no pueden entrar en sus cerebros. La razón es un instrumento finito; no puede explicar muchos de los misteriosos problemas de la vida. De esto existen muchos ejemplos. Citaré el caso de un Guru de la India, Guru Nanak. Nanak desde niño venía despierto y con poderes y sabiduría. Conforme fue creciendo estos conocimientos y sabiduría se fueron acrecentando, de tal suerte que se convirtió en un maestro o Guru y se fue a enseñar a quienes estuvieran abiertos y dispuestos. En una ocasión llegó a pueblo donde existía un Guru ya mayor. Este Guru al enterarse que había llegado un nuevo Guru fue a buscarle y al verlo muy joven dudó en que fuera un verdadero Guru y lo retó a debatir sobre los libros sagrados védicos. Guru Nanak aceptó y fue citado por la tarde en la plaza de esa localidad.
Al llegar la hora, ya había mucha gente reunida. Frente a frente los dos Gurus, se decidió que fuera el Guru local quien iniciara el debate. Fue una exposición magistral y todo mundo le aplaudió. El Guru local le pidió a Nanak que continuase, pero Nanak solicitó que trajeron a la persona más tonta del pueblo. Todos, sorprendidos, no tuvieron más remedio que traer al aguador del pueblo. Nanak le ordenó al aguador que se sentara y le trajeran las viandas más ricas del pueblo. Nanak le indicó que degustara esos platillos y al terminar, con su bastón le tocó la coronilla de la cabeza y le dijo: -Ahora te toca exponer, anda comienza.
Para sorpresa de todos, el aguador del pueblo, considerado el más tonto, dio una explicación maravillosa de los textos sagrados védicos, más grandiosa que la del Guru Mayor. Al darse cuenta del poder de Guru Nanak, su adversario se postró ante él, pidiendo disculpas y dando las gracias porque le había hecho ver el error egoico en que había caído. Aquí un ejemplo de un hombre dispuesto a discutir para tratar de demostrar su inteligencia y el otro, Nanak, que demostró humildad y lo enfrentó con mayor sabiduría y con el corazón.





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