A los tatas



Prócoro Hernández Oropeza

“El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”. André Maurois (1885-1967). Escritor francés.
Llegar a la etapa de ser abuelo puede ser pesado, complicado para algunos o muy feliz para otros. Ser abuelo es ver cómo se reproduce nuestra especie, cómo retoñan las semillas que sembramos en el camino. Los nietos son retoños de nuestros retoños y algunos de ellos son tan parecidos física o emocionalmente a cuando lo fuimos durante la niñez.
Por un lado, cuando se tiene el primer nieto uno se alegra por la felicidad que genera en nuestros hijos, por ver cómo estos, los nietos, cuando van creciendo sienten afinidad o simpatía por el abuelo o la abuela. Cuando fui pequeño sentía más simpatía por mi abuela paterna que por la materna. La primera nos cuidaba, nos consentía, nos ponía a rezar todas las noches antes de dormir. La segunda era más alejada, más seria y cuando llamaba a uno de sus nietos, de tantos que éramos nombraba a tres o cinco antes de atinarle al que realmente quería llamar su atención.
No conocí a mi abuelo paterno, sólo supe que fue muerto en una de las tantas revueltas de la revolución mexicana. Mi abuelo materno murió antes de que yo naciera, por eso mi abuela se volvió a casar y su nuevo esposo, al que le decíamos abuelo, era una persona muy amigable y cariñosa, constantemente sonriente. Sí pude conocer a mi bisabuela materna, dona Panchita Morales, quien vivía en la ciudad de México y cuando nos visitaba, dos o tres veces al año, siempre nos llevaba regalos.
Aún tengo bellos recuerdos de esos abuelos, puedo ver su sonrisa, el ceño fruncido cuando les preocupaba algo o su apuro cuando preparaban sendas comidas para una fiesta familiar. No les llamábamos tatas como otras familias, por lo regular abuelito o abuelita, en diminutivo y como signo de respeto. En ese entonces había mucho respeto por los abuelos y había que estar al pendiente de ellos. Al respecto, rescato este poema del poeta Ramón de Almagro.

El abuelo (jugando)

El niño mira al abuelo
Y lo invita a su jugar,
Dolorido está el abuelo,
Pero acepta, sin chistar.
Cuando pasan los minutos,
El viejo siente al jugar,
Que ya no le duele tanto,
Lo que lo hacía penar.
Y entonces
Entonces son carcajadas
Las que se escuchan de a par,
De ese nieto y de ese abuelo,
Que disfrutan por igual.

Hoy, en mi calidad de abuelo puedo disfrutar de mis nietas y nietos, pese a que están lejos. Cuando mi hija estaba embarazada tuve dos sueños. En el primero sentí que mi nieta estaba acurrucada encima de mí. Al principio me dije, esto es un sueño, pero desperté y la sentía pegada a mi cuerpo, la abracé y me volví a quedar dormido. En el segundo, veo que voy con mi nieta cogida de su manita y del otro lado Jesús con la otra mano. La niña iba saltando y sonriendo y Jesús no sé cuántas cosas nos decía. No veía sus cuerpos, sólo perfiles plateados de ellos. Aclaro, mi hija aún estaba embarazada. Cuando fui a visitarla a la ciudad donde radica, casi al año de nacida mi nieta, ella, al verme me pidió abrazarla y se quedó conmigo largo rato, como si ya nos hubiésemos conocido. Fue una bella experiencia. Hace poco visité a mi hijo, quien también vive lejos, al otro lado del Río Bravo, también tiene un bebé de aproximadamente año y medio, cuando me vio me abrazo y durante el poco tiempo que estuve de visita, este nieto no se despegaba de mí. Sus padres me dijeron que su actitud es diferente con sus primos o los hermanos de su esposa, los rehúye, no deja que lo toquen y conmigo fue diferente. Dicen que la sangre llama a la sangre o son almas con las cuales estamos conectados desde vidas pasadas.
Pablo Neruda también escribió un poema a su tata, del cual dejo un fragmento.

A mi tata

Pablo Neruda
Una brisa fresca llega a lo lejos
son los recuerdos, de mi tata, mi abuelo
que se posan en mi alma, y me dan consuelo
nostalgia inútil, de tiempos añejos.

Época de ensueño, época dorada
pizzas, juegos !Que aire se respiraba!
y los retos, que el tata nos daba
hacían de la risa una cascada.

Como evocarte, mi querido tata
cosas simples, las que de ti conservo
son tu humor, y tu risa, lo que preservo
pues la vida, de lo simple trata.

!Sí¡, eso tan simple que a veces obviamos
el timbre de tu voz y tu sonrisa
los chistes tontos, que no daban risa
son las cosas, por las que te amamos.

El color cual tomate de tu cara
cuando nervioso o enfurecido estabas
o los nombres graciosos que nos dabas
nimiedades, ninguna cosa rara…


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