La desconexión I





Prócoro Hernández Oropeza
Hace unas décadas me sentía sólo, a pesar de estar rodeado de mi familia, amigos, compañeros de trabajo, sentía una sensación de soledad y a veces cierta tristeza. En ese entonces no alcanzaba a comprender cuál era el origen. Buscaba compañía, buscaba consuelo en la música, en el alcohol, a veces, en los amigos o de plano tratando de olvidar esa sensación con el trabajo. Nada de eso llenaba mi vacío.
En algunas ocasiones trataba de encontrar respuestas en el cielo, mirando a las estrellas, en la soledad de las playas, el río o en un cerro. A veces escribiendo un poema o respuestas en la luna, en el viento. Sólo pequeños susurros. Fue a través de la búsqueda de respuestas en libros, cursos, pero sobre todo a través de experiencias internas cómo llegué a encontrar la verdad. Al principio era un pesimista que no creía en cuestiones de tipo espiritual, más cuando en mi época de estudiante universitario cambiaron mi chip y el nuevo software indicaba que Dios no existía, sólo fue creación del hombre. Los maestros de ese tiempo, la mayoría marxistas, lo demostraban con muchos argumentos convincentes, de tal modo que al año me convencí totalmente de esa aparente verdad.
Así viví durante tres décadas y sólo pensaba en ser un triunfador en esta vida sansárica, no uno más del montón. Digamos que lo logré profesionalmente, pero con el paso del tiempo me di cuenta que eso no llenaba mis expectativas. No encontraba la anhelada felicidad ni la paz interior. Intentaba encontrar en la música de la época, el Rock´n roll, blues, y a veces en la música clásica, pero no estaba sintonizado bien con la vibración de este tipo de música. Se me hacía un poco cansona o suave. También en otro tipo de música underground o la llamada progresiva o música que no era comercial. Encontré algunos resquicios de afinidad, pero no total. En el fondo no quería escuchar la música enfocada en la masa y tal vez encontré algunos mensajes que me daban una señal.
Encontraba cierta paz observando la inmensidad del cielo, las estrellas y sentía que allá arriba había algunas respuestas. Cierta ocasión un buen amigo que deseaba ayudarme, aunque yo no se lo pedía, me invitaba a cursos de desarrollo espiritual y siempre me negaba, debido a ese pesimismo que aún ensombrecía mi alma. Un día me llevó al trabajo el libro de Brian Weiss, titulado: Muchas vidas muchos sabios. En él el autor describía el tratamiento de una paciente que tenía esquizofrenia, jaquecas, miedos. Weiss era psiquiatra y había intentado tratarla con los métodos tradicionales de la psiquiatría pero no cesaban esos síntomas. Inició el tratamiento con un método nuevo para ese entonces, la hipnosis regresiva. Mediante ese método regresó a su paciente en varias vidas atrás. Una de ellas cuando la paciente vivió en Egipto en la era de los faraones. Ahí era una de las embalsamadoras de cadáveres y después de revivir varios pasajes de su vida, llegó el momento de su muerte y observó como su alma se desprendía de su cuerpo y se empezó a elevar. De pronto vio una luz que le llamaba. El terapeuta le pide a la paciente que le pregunte quién es. Esa luz responde que es un maestro que viene a guiar a las almas y las lleva un espacio donde descansarán y reflexionarán. Luego deberán retornar a la tierra en otro cuerpo. El terapeuta le preguntó acerca de cuál es el objetivo de esos retornos y cuántas veces regresan las almas. El maestro le indicó, a través del alma de la fallecida, que se nos dan 108 retornos o cuerpos y el objetivo es sanar nuestra alma, pero sobre todo aprender a vivir con virtudes como el amor, la compasión y la caridad.
En síntesis, de acuerdo a Brian Weiss, somos seres eternos, él le llama almas eternas,  inmortales; somos dioses en construcción y cuando lo hayamos comprendido podremos retornar a casa. Al respecto, los orientales también describen que nos dan ciento ocho cuerpos para recordar el camino a casa y si en esos ciclos de vida no pasamos la prueba, vamos a los mundos infiernos a sanar nuestra alma y luego nos otorgan otra alma y obtenemos otro ciclo de 108 vidas.  (Continuará)

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