La mentira y el yo




Prócoro Hernández Oropeza




Dentro de la psicología transpersonal se dice que los humanos cargamos cuatro rasgos perjudiciales mecánicos negativos: la charla mecánica, la imaginación mecánica, las emociones negativas y la mentira. La mentira es uno de los rasgos que la mayoría de la gente posee, por más sincero que se piense lo es. Dicen los maestros que nadie puede escaparse a ella y cuando más uno cree que está libre de ella tanto más está uno ahí. Así que la mentira permea todos los ámbitos de la vida, en unos con más gradiente que en otros.
Cuando un hombre o mujer se adjudica una virtud o piensa que es más sabio, más fuerte, más inteligente, más poderoso que otro, ahí está mintiendo. Lo preocupante es que no se da cuenta de ello; él se la cree y vive con esa idea, la justifica y trata de cristalizarla en su vida. Cuántas personas se la dan de justas o de generosas y en la práctica son lo contrario. Esto sucede en todos los ámbitos, principalmente en lo político y comercial, en otros niveles también en lo social, cultural, sin excluir lo religioso.
En su acepción tradicional, una mentira  es una expresión que resulta contraria a lo que se sabe, se piensa o se cree. El término suele utilizarse en oposición a lo que se considera como una verdad. La mentira, por lo tanto, implica una falsedad. Es una declaración realizada por alguien que sabe, cree o sospecha que es falsa  en todo o en parte, esperando que los oyentes le crean, de forma que se oculte la realidad en forma parcial o total. Quien pronuncia una mentira espera que el otro tome sus palabras como veraces. De esta manera, la persona que miente sabe que está incurriendo en algo falaz, pero su interlocutor puede no advertirlo. Pero esta definición sólo abraca una parte, detrás de cada máscara que nos ponemos existen muchas mentiras.
En este mundo globalizado, donde la información es basta, mucha es falsa. Por teléfonos celulares, en la televisión, los periódicos, el cine estamos expuestos a mucha información, la mayoría falsa, pero nosotros la podemos tomar como verdadera, aún incluso sabiendo que puede no ser, la adoptamos como tal y todavía aún la compartimos. En el mundo espiritual también estamos expuestos a muchas enseñanzas falsas, luego las acogemos y vivimos creyendo que provienen de fuentes verdaderas. Ahí estamos contribuyendo a la mentira, a vivir en la mentira.
¿Cómo opera la mentira en nosotros? El ego o agregado psicológico genera fantasías en nosotros. Fantasías tales como yo soy único, maravilloso, gentil, amable, honesto y hasta lo presumimos, pero eso sólo es una fantasía, una falacia creada por el ego, el ego del orgullo, de la vanidad, la presunción. Lo malo es que nosotros nos la creemos y cuando alguien dice lo contrario, por ejemplo deshonesto, eso hiere nuestro ego del orgullo. ¿Cómo si yo soy honesto, por qué me dices eso? Esa persona se irrita, se enoja y pelea. Mediante estas estrategias del ego, trata de limpiar su imagen, de recuperar su estatus de honesto. Y tal vez esa persona lo es, pero vive la ilusión del ego y posiblemente hasta lo presuma.
Una persona que verdaderamente es honesta no lo predica, ni se vanagloria de ello, simplemente lo práctica, es parte de su personalidad, una personalidad permeada por su Ser, por las virtudes y vive las virtudes porque ha logrado salir de las mentiras que el ego le mantenían. Sí, porque el ego, he dicho en otras ocasiones, es una mentira bien elaborada. Mentira que nos hace creer que somos la ira, la gula, el enojo, la desconfianza, los celos, lujuria, envidia, avaricia, gula, pereza. Esa no es nuestra verdadera identidad, pero debido a la ignorancia nos creemos esas mentiras y las vivimos y asumimos como si fueran verdades. Sí, soy corrupto y qué, soy iracundo, esa es mi naturaleza, soy celoso o soy mujeriego… tantas mentiras asume el hombre y las practica y pregona a los cuatro vientos.
Por eso decimos que vivimos en la mentira debido a nuestra ignorancia de saber que somos una chispa de luz, amor, virtudes, amor. Esa es nuestra verdadera identidad, pero el ego, el ilusionista nos ha hecho creer que somos hijos de su oscuridad, de sus desgracias y sufrimientos.  Nuestra conciencia ha sido fragmentada por el ego y este nos mantiene en la ignorancia y por consiguiente en el drama del sufrimiento.


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