Los encantos del mar
Prócoro Hernández Oropeza
Es un privilegio vivir junto al mar, sino junto cuando menos
cerca. Más felices han de ser los que viven pegados al mar. Aunque no se crea,
algunas personas afortunadas se cansan de escuchar los latidos del mar, a veces
no pueden dormir cuando el oleaje es muy alto o en época de tempestades. ¿Acaso
será el ruido que provoca el viento o los rugidos de ese mar embravecido cuando
la luna lo tienta? No, creo que más bien son los fantasmas que rondan en su
pecho.
Algunos turistas no soportan el ruido de las olas o el
cantar de los grillos y los sapos. En un hotel del sur, un amigo me contó que
algunos huéspedes pedían que le bajaran al sonido de las olas o de los grillos;
pobres ilusos, pensaban que todo era
artificial.
Quienes tenemos el privilegio del mar podemos admirar
atardeceres multicolores, radiantes o simplemente observar como el astro sol se
pierde en el horizonte, como si se lo tragara el mar. Si no supiéramos que la
tierra es redonda pensaríamos como nuestros ancestros que el astro rey era
tragado por un monstruo marino y después de una tremenda batalla retornaba por
el oriente. Para los aztecas, por ejemplo, el Sol era un dios
que se sacrificaba, que quería morir para renacer eternamente.
Es interesante observar como los poetas describen al mar y
sus manifestaciones. Octavio paz describe el oleaje con estos versos.
1
¿La ola no tiene forma?
En un instante se esculpe
y en otro se desmorona
en la que emerge, redonda.
Su movimiento es su forma.
2
Las olas se retiran
¿blancas, espaldas, nucas?
pero vuelven las olas
¿pechos, bocas, espumas?
3
Muere de sed el mar.
Se retuerce, sin nadie,
en su lecho de rocas.
Muere de sed de aire.
Si, el mar es un espejo grande donde se miran, lo mismo el
sol, la luna, las nubes, las aves y aquellos narcisos que mueren de angustia. ¿Qué
sería de nosotros sin el mar?, posiblemente quedaríamos desmarados,
descorazonados. Los ríos se volverían locos y las ballenas morirían de tedio y
de sed.
Don Pablo Neruda, en su poema El Mar dice:
NECESITO del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.
El mar es una sábana turquesa, inmensa y temible. No sabes si al introducirte en sus aguas vas a retornar o eres tragado o golpeado por esos brazos cristalinos que se arrastran constantemente. A veces pienso que un día, cansado de tanto moverse se estira más allá de sus límites y nos traga a todos sin pensarlo. Un día me tendí sobre él, en esa postura de muertito y le dije todo lo que sentía por él, mis temores, mi admiración por su grandeza y su majestad. Luego le pedí que él me dijera sus miedos. No escuché ninguna voz, sólo una pequeña vibración en mi cuerpo, después interrumpida por el salto de un animal, posiblemente un pez. Al otro día temprano me dispuse a nadar, no sin antes pedirle permiso. El oleaje era fuerte pues la noche anterior había sido luna llena. Cuando avance unos metros escuché una voz que me decía: -Te pido que salgas porque estoy muy alebrestado y te puedo dañar. Sin pensarlo me dirigí a la orilla, no sin antes agradecer su gesto. Así es, el mar es un ser vivo y puede hablar si lo escuchamos. No por algo muchas personas, cuando sienten angustias se acercan a la orilla del mar a fluir sus dolencias.
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.
El mar es una sábana turquesa, inmensa y temible. No sabes si al introducirte en sus aguas vas a retornar o eres tragado o golpeado por esos brazos cristalinos que se arrastran constantemente. A veces pienso que un día, cansado de tanto moverse se estira más allá de sus límites y nos traga a todos sin pensarlo. Un día me tendí sobre él, en esa postura de muertito y le dije todo lo que sentía por él, mis temores, mi admiración por su grandeza y su majestad. Luego le pedí que él me dijera sus miedos. No escuché ninguna voz, sólo una pequeña vibración en mi cuerpo, después interrumpida por el salto de un animal, posiblemente un pez. Al otro día temprano me dispuse a nadar, no sin antes pedirle permiso. El oleaje era fuerte pues la noche anterior había sido luna llena. Cuando avance unos metros escuché una voz que me decía: -Te pido que salgas porque estoy muy alebrestado y te puedo dañar. Sin pensarlo me dirigí a la orilla, no sin antes agradecer su gesto. Así es, el mar es un ser vivo y puede hablar si lo escuchamos. No por algo muchas personas, cuando sienten angustias se acercan a la orilla del mar a fluir sus dolencias.
Por último va un poema de mi creación que habla de este mar.
Mi navío
En este mar he votado el ancla
Piedras y caracoles la han
sepultado en el fondo
Las algas se adhieren a las
cadenas
la rémora hace estragos a la
madera.
Mi corcel de agua no puede
zarpar.
¿Qué será de mi navío?
No oirá más el canto de los
vientos
Ni verá el brillo de las estrellas en la pleamar del
tiempo.
Ni dibujará surcos, ni estelas de
agua
No llegará a otros puertos de
distinta brisa,
No burlará caracolas de nube,
Ni leerá los ojos de viejos
amigos.
Se perderá los baños solares del
pacífico,
Las primeras sonrisas de luz en
el caribe
Se esconderá entre soledades de
alcurnia
Se emborrachará con semanas de
tedio.
Mi Pegaso de los arrecifes
Encalló en el puerto de tus aguas
Una ola de nostalgia lo envuelve
con tu brisa
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