Estar en el mundo sin ser del mundo
Prócoro Hernández Oropeza
Cómo entender este
versículo de Jesús el Cristo: Estar en el mundo sin ser del mundo. O más
bien en estas dos proposiciones que
narra Juan en Vers. 17: 11.16: «Ya no
voy a estar en el mundo —dice dirigido al Padre—; pero ellos están en el mundo
[…]. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo». Es verdad, vivimos en
este mundo, pero como dicen los orientales esta mundo material es una ilusión,
es maya, pero creemos que es lo único que existe y lo es porque lo captamos con
los cinco sentidos. Lo podemos ver,
tocar, sentir, oler, oír, pero hay algo más allá.
Ese más allá sólo se puede percibir con otros sentidos, los
sentidos del Espíritu o del Ser. Aunque nacemos y morimos aquí, no somos de
este mundo. Hemos venido de las estrella, del más allá, del Absoluto o del 13
avo. Aeon. No sabemos cuándo decidimos salir a experimentar el libre albedrío,
a materializar nuestros pensamientos, emociones y acciones, tal vez desde muchas
vidas, miles, hemos estado viajando por diversas dimensiones y mundos hasta que
venimos a parar a este planeta, a esta tercera dimensión.
Por ello, cuando Jesús dijo: no somos de este mundo porque
nuestra verdadera patria está en los cielos. Eso dijo a quien renunció
inclusive a gobernar como le pedían sus discípulos y hasta el mismo Lucifer le
ofreció poderes, Y cuando Jesús vio el final de su destino dijo: “He vencido el
mundo”. Sí, a pesar de que los judíos lo crucificaron, Jesús triunfó sobre la
muerte y nosotros también podemos hacerlo. El aguijón de la muerte no nos puede
hacer nada cuando sabemos que nuestro reino no es de este mundo, que somos
inmortales, que nuestra esencia es divina.
La Carta a Diogneto, del siglo II, define a los cristianos
como hombres que «habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros;
participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros;
toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña». Se trata, sin
embargo, de una manera especial de ser «extranjero». Es decir, venimos cuántas veces sea necesario
para redimirnos. Redimir significa librar la gran batalla contra ese
ilusionista, el ego, que nos tiene encadenados a su ilusión, al sufrimiento, a
la maldad, a los placeres y deseos del mundo material. Esa ilusión que nos hace
olvidar cuál es nuestra verdadera naturaleza y pensamos que esta vida es la
única y al final sólo hay infierno o cielo, según como nos portemos.
Si nací en México me creo mexicano o chileno o español y pienso que esa es mi
verdadera nacionalidad, cuando en realidad, cada vez que volvemos a nacer
venimos a distinto país, distintas creencias, diversas familias, todo dependerá
de nuestras acciones pasadas, de nuestro karma o Dharma.
En otro versículo, Corintios 10:3 se dice: “Pues aunque
vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo.” Sabemos que este mundo material está regido
por leyes humanas, unas leyes que intentan dar cohesión, establecer reglas,
concordia, justicia y paz, pero que finalmente están tan limitadas, tan
absurdas algunas o tan flexibles que ellas no logran obtener esos objetivos. Al
contrario, la corrupción, la injusticia, violencia, robos, asesinatos,
violaciones, fraudes están a la orden del día y las autoridades no se dan
abasto para eliminar esas fallas sociales. Los gobernantes, los políticos, las
autoridades quieren vencer a esos enemigos con castigos ejemplares, con más
años de cárcel, multas y otras acciones punitivas, pero nada de eso ha sido
efectivo. Las batallas las dan afuera. Por eso, en ese versículo de Corintios
10:3: Aunque vivimos en este mundo, no libramos batallas como las libra el
mundo. Las batallas que realizan los hombres que han encontrado un sendero
espiritual las dan adentro. En su interior luchan contra ese enemigo mayor que
es el ego, el ilusionista, el causante de todos los dramas, aflicciones y
sufrimientos del Ser humano. No peleamos contra el gobierno, ni pretendemos
hacer revoluciones o insurgencia nacional, la insurgencia es en nuestro interior.
Es la batalla de Osiris contra Set, de Krishna contra los Pandavas; la lucha
contra nuestros propios demonios internos. Si cada ser humano diera esa batalla
no se requerirían ni leyes ni gobiernos, habría paz, fraternidad, amor a
raudales.
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