La verdadera meta de la vida




Prócoro Hernández Oropeza
La mayoría de la humanidad se traza algunas metas a alcanzar en la vida, tales como tener una casa, una linda o lindo esposo, hijos, dinero, negocios, poder o fama, viajar. Pero tales metas sólo son temporales, mundanas o materiales. Pocos, muy pocos se proponen otro tipo de metas en la vida, tales como ser una persona sabia, virtuosa, inteligente, compasiva, amorosa, iluminada.
Uno de los grandes maestros que me han inspirado en esta vida es el sabio Salomón, el hijo de David. Luego de que muriera su padre y él tomara el liderazgo de las dice tribus de Israel, cuando tuvo contacto con Jehová, con el gran Padre, no le pidió grandeza o poder, sólo sabiduría. Y el Gran Padre se lo concedió y con ello pudo gobernar con inteligencia y logró consolidar esa gran nación, aunque al final tuvo sus yerros, como cualquier humano.
Una persona con sabiduría tiene el don de trascender todas las tempestades de la vida sin ser tentado o atraído por las pasiones o la vanidad. Se despoja de toda vanidad y se convierte en un siervo de la humanidad. Ve a todos con compasión y amor y les apoya en su desarrollo personal. Quien es sabio, no se alimenta del ego, lo elimina. Quien es sabio, hace sabio a los demás. Quien es sabio, conoce a Dios. Pero pocos buscamos la sabiduría como meta. Buscamos conocimiento, ser más inteligentes, pero conocimiento no es lo mismo que sabiduría. Los sabios buscan la verdad Suprema.
En el libro "La Esencia del Yoga", Swami Sivananda sostiene que los sabios de la antigüedad declararon por experiencia directa que la "Verdad es Una" y que la meta de la vida humana es la conciencia y la experiencia de esta Verdad. ¿Cómo experimentar esa verdad eterna, si los hombres sólo buscan metas materiales? Sivananda afirma que la existencia humana, por el hecho de sus limitaciones, deseos y las variadas formas de inquietud, descontento y dolor, apunta a un fin superior, aunque la naturaleza de este fin sea incomprensible.
Un héroe verdadero no es el que está parado frente a las balas o arriesga su vida en tentativas peligrosas, lucha batallas, se zambulle en el océano y sube altos acantilados; solamente el que somete sus sentidos y controla su mente, reconoce la unidad suprema de la vida y echa a un lado dualidades y deseos. Alcanzar esto es el deber del hombre; éste es el mensaje inmortal de los sabios de los Upanishads.
La llamada de los antiguos sabios al hombre es: ¡"Oh Hijo Inmortal! ¡Conócete como el Infinito! Conviértete en el Todo. Esta es la bendición suprema. Esta es la dicha suprema". Éste es el mensaje inmortal para el hombre. Esa búsqueda de la verdad suprema se sintetiza en lo que los sabios han enfatizado repetidas veces: "¡Si uno  conoce al Ser Inmortal aquí, entonces ese es el verdadero final de todas las aspiraciones! Si uno no Lo conoce aquí, grande es la pérdida". Y el sabio Yajnavalkya dice que todos los grandes actos en este mundo, sin el conocimiento del Ser Imperecedero, no valen la pena. Servicios humanitarios, ayuno y caridad, vida política, nacional, social e individual, todo ello debería estar basado en el sentimiento de fraternidad universal que es la expresión eterna de la Realidad del Ser Universal.
La humanidad puede esperar paz cuando se cumple la condición descubierta y establecida por los Rishis, el morar en la Ley Divina. La paz puede alcanzarse solamente si se ajusta la vida al sistema Divino. Y esta paz es inversamente proporcional al amor del cuerpo, de la individualidad y de sus relaciones en el mundo, en lo cual la humanidad está generalmente inmersa. El "despertar" de una conciencia superior es necesario para poder terminar con el desorden y el descontento.
Finalmente Sivananda enfatiza que la educación de la humanidad en la dirección correcta es la condición previa de la paz del mundo. El materialismo, el ateísmo, el escepticismo y el agnosticismo que hoy son desenfrenados y que han robado al hombre su reverencia por lo Absoluto Supremo son principalmente responsables del egoísmo, del anhelo, de la confusión, de la violencia y de la agitación de las mentes que bullen en el mundo.  El hombre debe aprender que detrás del aspecto de la materialidad, la discontinuidad, la exterioridad, la duda y la impermanencia, está la realidad de la espiritualidad, de la unidad y del infinito.

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