Transformación y reformas, el amor



Prócoro Hernández Oropeza
Parte II
En el país, México, pronto habrá elecciones y desde ahora han surgido muchos interesados, otros ya han venido trabajando desde hace años. Aquí hay un problema crucial y tal parece que no sólo es de este país, la gente ya no cree en los políticos, ni  en los partidos y por tanto los gobiernos viven periodos de oscurantismo, violencia y corrupción. Las encuestas colocan a los políticos y a los partidos en los últimos lugares de aceptación, por lo mismo han surgido personas que buscan erigirse en candidatos independientes, como si esa “independencia de las estructuras políticas” fuera una garantía para que se conviertan en verdaderas esperanzas de luz, justicia, paz, armonía. Algunos de ellos ya gobiernan estados o municipios y los cambios esperados no hablan bien de su gobierno.
Como decía en la entrega anterior, lo que hacen falta son verdaderos transformadores sociales, no reformadores. Transformadores que posean una ética espiritual, principios y valores que den cohesión a un proyecto de nación verdaderamente humanista,  amoroso, justo y equilibrado. Los reformadores sólo quieren modificar lo que ya está corrompido, podrido; la reforma sólo es la continuación modificada del error. 
Por eso dice Samael Aun Weor, la causa fundamental del estancamiento individual y social está en la mente. Somos rancios, torpes, porque vivimos a todas horas razonando estupideces que nos parecen geniales; nos creemos así mismos muy sabios porque a todas horas estamos comparando, juzgando, calculando, pensando. Un político se cree mejor que otro, piensa que posee la verdad y su ego de la vanidad le impele a realizar cosas estúpidas, erróneas o canallas.
Si queremos la transformación totalmente se requiere agotar el proceso del pensar, no elaborar, no proyectar más, llegar a la calma y al silencio total del pensamiento y conectarnos con nuestra verdad interior, o como se le dice comúnmente, con el corazón. Ahí está la fuente de la sabiduría. La compasión, el amor. La sustancia del amor produce revolución permanente, la sustancia del amor verdadero puede transformar radicalmente. Tenemos el ejemplo de Gandhi, el alma grande, que con esa ley doblegó el orgullo del imperio británico y liberó a su país de la tiranía.
Ni el odio, ni las revoluciones de sangre y aguardiente  pueden jamás producir la transformación radical. Samael insiste: “Ningún reformador podrá jamás hacer un mundo mejor; sólo el incendio del amor puede quemar la podredumbre social y producir un mundo mejor”.
Esto que explico para muchos sonará a algo romántico, santón o religioso, pero es una gran verdad. Se requiere la conflagración del amor para transformar el mundo, se requiere el fuego del amor para iluminar la sociedad. Pocos hombres lo han entendido, algunos de ellos incluso se han despojado de su riqueza y han donado gran parte de ella para apoyar a la humanidad. Estos fueron tocados por el amor, de tal forma que han decidido retornar a la sociedad parte de lo que ella le dio. Ahí está el detalle del empresario Warren Buffet. Es considerado uno de los más grandes inversores en el mundo, además de ser el mayor accionista y Director Ejecutivo de Berkshire Hathaway. En 2017 ocupa la segunda posición en la lista de hombres más ricos del mundo elaborada por la revista Forbes, por detrás de Bill Gates y delante del fundador de Amazon, Jeff Bezos con una fortuna estimada de 75 600 millones de dólares. Buffett es conocido por su adhesión a la inversión en valor y por su austeridad personal, a pesar de su inmensa riqueza. Su sueldo anual en el año 2006 fue de aproximadamente 100 000 dólares, cifra que se encuentra en la parte baja de los salarios en comparación con otros altos ejecutivos de muchas compañías. Vive en la misma casa del centro de Omaha, que compró en 1958 por $ 31,500. En 2006 anunció un plan para donar el 8o % de su fortuna; el 99 % de ella irá a parar a la Fundación Bill y Melinda Gates. Sin duda este hombre fue tocado por su corazón y ha dado un gran ejemplo para la humanidad.
Mientras no exista un hálito de amor en cualquier proyecto político o social, todos irán al fracaso o sólo enriqueciendo la vanidad y los bienes materiales de quienes lo sustentan. El ego de la vanidad en los políticos y gobernantes siempre va por delante y quieren más y más. Más riqueza, más poder, más fama. Ese yo del más no tiene llenadera porque está desprovisto de esa flama del amor, la compasión.
La verdadera revoluciones el resultado de la transformación; sólo las tempestades del amor pueden transformar al individuo y a la sociedad. (Continuará)


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