El templo de Dios


Prócoro Hernández Oropeza

Se cuenta que un buscador de la verdad llegó a la aldea de un maestro respetuoso. Acudió a él porque se decía que era un verdadero sabio y sus enseñanzas portentosas podían iluminar la vida de cualquier buscador. Así que este buscador, al llegar a la puerta tocó tres veces. Una voz del interior le preguntó; Quién es: el buscador respondió: soy yo, maestro que viene a pedirle me acepte como su discípulo. La voz interior le respondió: - Aquí no hay lugar para dos. Ve a la montaña, medita por largo tiempo y cuando estés listo ven y búscame. Luego de casi transcurrido el ano, el buscador regresó, toco a la puerta y del interior vino otra pregunta: -¿Quién es? El buscador respondió: -Soy tú, a lo que el maestro abrió la puerta y le dijo: -Pasa. Veo que has comprendido que en esta casa no hay espacio para dos.
Al responder el estudiante: -Soy tú, se refería a que había eliminado el Yo, esa multitud de agregados psicológicos que habitan en nuestra psique. Esa casa y ese maestro se refiere a nuestro cuerpo, al templo sagrado donde radica nuestro Ser divinal o el Dios interno. Ese Dios no admite la presencia del otro, de los egos. Y si en realidad queremos participar de la sabiduría de ese gran maestro interior, debemos eliminar al Yo. Ese Ser es el maestro, nuestro Guru interior y cuando estamos listos, él nos abrirá las puertas a la sabiduría, a la felicidad, al amor. Mientras andemos tocando otras puertas, las de deseo, las puertas del mundo material, ese templo y sus regalos, su sabiduría estará vedado para nosotros.
Cuando en el Nuevo Testamento, Jesús corrió del templo a los mercaderes se refería precisamente a esos yoes. Recuerden, se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén, y halló en el templo vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y cambistas sentados. Hizo un azote de cuerdas, y los echó a todos del Templo con las ovejas y los bueyes, tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Y dijo a los vendedores de palomas: “Quitad esto de aquí: no hagáis de la casa de mi Padre un mercado”.  Sus discípulos se acordaron que está escrito: “El celo de tu casa me devora”.
Entonces los judíos le dijeron: “¿Que señal nos das para obrar así?” Jesús les respondió: “Destruid éste templo y en tres días lo levantaré”.  Los judíos le replicaron: Se edificó el templo en cuarenta y seis años, ¿Y tú lo levantarás en tres días?” obvio, Jesús no se refería al templo material, sino al  Templo de su cuerpo. Luego de que muriera crucificado a los tres días resucitó de entre los muertos. Reconstruyó su templo.
 En nuestro templo, nuestro cuerpo existe un espacio donde vive este ser divinal; algunos le llaman el corazón, el corazón del corazón; ese espacio sagrado donde habita nuestro Dios interno o gen divino. El Templo es y debe ser un lugar de recogimiento y oración, alejado de las tentaciones y deseos del yo o de los múltiples yoes. Pero como lo hemos olvidado, nuestros templos se han convertido en un lugar ruidoso con los bramidos de los animales y los gritos de los cambistas, que son los yoes. San Pablo también nos aclara que se debe honrar no solo  la Casa de Dios cuando dice: ¿No saben acaso que ustedes son el Templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el Templo de Dios es Santo y ustedes son ese Templo.
Lo anterior implica también el respeto pleno y absoluto de los otros seres porque todos somos templos vivos del Espíritu Santo y recordemos que cada persona que se cruza en nuestro camino es un templo vivo y en su interior habita esa chispa divina. Pero como desconocemos esto, sólo vemos sus defectos, sus errores y cuando se cruzan en nuestro camino, sólo vemos a sus demonios y hasta llegamos a ofenderlos, golpearlos o en el peor de los caso a matarlos.


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