Samael Aun Weor, otro maestro de la era de Acuario
Parte 1
Prócoro Hernández Oropeza
Los maestros, los grandes sabios han trabajo en muchas
vidas previas en su desarrollo espiritual. Cuando renacen, la mayoría, como he
descrito en las anteriores entregas, ya vienen con esa sabiduría y conforme van
creciendo esa sabia va aflorando. Ese fue el desarrollo de Jesús. Krishna,
Buda, Sivananda y otros maestros o sabios de los cuales he mencionado. Ahora
intentaré describir la vida de otro gran maestro que vino a dar brillo a la
Gnosis, una enseñanza antigua de la que han abrevado casi toso esos sabios y cuyo
origen se pierde en la niebla del tiempo. Me refiero al VM Samael Aun Weor, un
maestro aún poco conocido, pero cuya obra e inspiración es muy rica para
quienes desean o anhelan caminar en la senda de la auto realización espiritual.
Samael, como muchos de esos grandes sabios estima que
nació con enormes inquietudes espirituales. Desde pequeño recordó en forma
íntegra la totalidad de su existencia, incluyendo hasta su propio suceso del
nacimiento. Cuando cumplió once meses quiso caminar, y es evidente que lo logró
sosteniéndose firmemente sobre sus dos pies. “Todavía recuerdo plenamente aquel
instante maravilloso en que, entrelazando mis manos sobre la cabeza, hiciera
solemnemente el signo masónico de socorro: "ELAI B' NE AL' MANAH". Muy
serenamente me dirigí hasta el viejo ventanal desde el cual podía verse
claramente el abigarrado conjunto de personas que aquí, allá o acullá,
aparecían o desaparecían en la calleja pintoresca de mi pueblo. Agarrarme a los
barrotes de tan vetusta ventana fue para mí la primera aventura;
afortunadamente mi padre, hombre muy prudente, conjurando con mucha
anticipación cualquier peligro, había establecido una malla de alambre en la
balaustrada a fin de que yo no fuese a caer en la calle...”
Samael Aun Weor nació en Santafé de Bogotá, Colombia (en
el Barrio Egipto), el 6 de marzo de 1917, con el nombre de Víctor Manuel Gómez
Rodríguez. Hijo de Manuel Gómez Quijano y Francisca Rodríguez, fue educado en
los claustros del Colegio de San Bartolomé, dirigido por padres Jesuitas. Desde
muy niño manifestó enormes inquietudes espirituales; las experiencias
metafísicas trascendentes se sucedían día tras día, presagiando una vida de
intensa búsqueda interior. De su niñez comenta el Maestro: “Fui siempre un
adorador del Sol y tanto al amanecer como al anochecer subía sobre la techumbre
de mi morada (porque entonces no se usaban las azoteas) y sentado al estilo
oriental como un yogui infantil, sobre las tejas de barro cocido, contemplaba
al astro rey en estado de éxtasis, sumiéndome así en profunda meditación:
buenos sustos se llevaba mi noble madre viéndome caminar sobre la morada...”
Desde pequeño se sentaba a meditar al estilo oriental. Entonces
estudiaba en forma retrospectiva sus pasadas reencarnaciones, y en esos
momentos le visitaban muchas gentes de los antiguos tiempos... Cuando concluía
el éxtasis inefable y retornaba al estado normal común y corriente, contemplaba
con dolor los muros vetustos de aquella centenaria casa paternal donde parecía, a pesar de su edad, un extraño
cenobita...
En su biografía Samael admitía: “¡Cuán pequeño me sentía
ante esos toscos murallones! Lloraba... ¡Sí!, como lloran los niños... Me lamentaba
diciendo: "¡Otra vez en un nuevo Cuerpo Físico! ¡Cuán dolorosa es la vida!
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... En esos precisos instantes acudía siempre su buena madre con
el propósito de auxiliarle, al tiempo que exclamaba: "El niño tiene
hambre, tiene sed", etc., etc., etc.".
El maestro recordaba que al recorrer los solariegos
corredores de su casa acaecían insólitos casos de Metafísica Trascendente: su
padre le llamaba desde el umbral de su
recámara; él le veía en ropas de dormir, y cuando intentaba acercársele, entonces
se esfumaba perdiéndose en la Dimensión Desconocida.... Samael tenía la
capacidad de ver el cuerpo astral de su padre.
Por aquellos tiempos comenzaba el cine mudo y muchas
gentes se reunían en la plaza pública durante la noche, para distraerse observando
películas al aire libre en la rudimentaria pantalla: una sábana bien templada,
clavada en dos palos debidamente distanciados... pero Samael tenía en casa un
cine muy diferente. Se encerraba en una recámara obscura y fijaba la mirada en
la barda o pared. A los pocos instantes de espontánea y pura concentración, se
iluminaba espléndidamente el muro cual si fuese una pantalla multidimensional,
desapareciendo definitivamente las bardas; surgían luego de entre el infinito
espacio, paisajes vivientes de la Gran Naturaleza, Gnomos Juguetones, Silfos
Aéreos, Salamandras del Fuego, Ondinas de las Aguas, Nereidas del inmenso mar,
criaturas dichosas que conmigo jugueteaban, seres infinitamente felices.
Su cine no era mudo, ni en se necesitaba a Rodolfo
Valentino, o a la famosa Gatita Blanca de los tiempos idos. Su cine, contaba,
era también sonoro, y todas las criaturas que en su pantalla especial
aparecían, cantaban o parlaban en el Orto Purísimo de la Divina Lengua
Primigenia, que como un río de oro corre bajo la selva espesa del Sol.
Más tarde, al multiplicarse la familia, invitaba a sus
inocentes hermanitos y ellos compartían con él esta dicha incomparable mirando
serenamente las Figuras Astrales en la extraordinaria barda de su obscura
recámara... (Continuará)
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