La necesidad de un maestro VI, Swami Sivananda



Segunda parte
Prócoro Hernández Oropeza
De Malasia, Sivananda se trasladó hasta el Himalaya, un lugar por cierto al que muchos buscadores espirituales o grandes sabios acuden en busca de su guía. En ese lugar, como otros maestros, Sivananda sostuvo que se le hicieron evidentes los aspectos positivos de la vida y el propósito y objetivo verdadero de la vida humana. “Dios llegó a mí en la forma de un anhelo –que lo consumía todo– por experimentarlo a Él como el Ser de todo. La meditación y el servicio vinieron con rapidez; y luego llegaron diversas experiencias espirituales. El cuerpo, la mente y el intelecto, como tales accesorios limitadores, se desvanecieron, y todo el universo brilló como Su Luz. En ese momento, Dios vino en la forma de esta Luz, en la que todo asumió una forma divina, y el dolor y el sufrimiento, que parecían afectar a todos, se me presentó como un espejismo, como la ilusión creada por la ignorancia, debido a los bajos apetitos sensuales que acechan dentro del hombre”.
A principios de 1950 –el 8 de Enero– Sivananda sufrió una prueba más. Aunque para otra persona este hecho hubiera significado un acto negativo, no para él. Sivananda simplemente dijo que el Señor llegó a él en la forma de un agresor medio loco, que quiso matarle durante el Satsang nocturno del Ashram. Su intentó falló. Sivananda se inclinó ante él, lo adoró y lo envió a su hogar. Comprendió que el mal existe a fin de glorificar el bien. El mal es una apariencia superficial. Bajo tal velo, el Ser único brilla en todo.
En esa búsqueda y a través su práctica espiritual en el Himalaya se le reveló que la adoración a las imágenes de Dios, el servicio a los enfermos, la práctica de la meditación, y el cultivo del amor cósmico que trasciende las barreras de casta, credo y religión, tienen su meta final en alcanzar el estado de Consciencia Cósmica. Este conocimiento tenía que compartirse inmediatamente. Todo esto tenía que transformarse en una parte integral de su ser. La misión se fue fortaleciendo y expandiendo. Fue en 1951 cuando emprendió una gira alrededor de toda la India. Entonces, Sivananda comprendió que Dios llegó a él en la forma de multitudes de devotos ansiosos de escuchar los principios de la Vida Divina. En cada lugar sentía que Dios hablaba a través de él, y que Él Mismo, en Su forma cósmica, estaba extendido delante de suyo como la multitud que le escuchaba.
Qué me ha enseñado la vida, se preguntaba Sivananda. “Diría que fue como ver un flash que ilumina todo, como llegué a la conclusión, ya de niño, que la vida humana no está completa con las actividades que de ella pueden observarse, y que hay algo que está por encima de la percepción humana, que controla y dirige todo lo que es visible. Puedo decir con valentía, que comencé a percibir las otras realidades existentes detrás de lo que llamamos la vida sobre la tierra. La ansiedad inquieta y febril que caracterizan la existencia ordinaria del hombre aquí, nos indican una meta más elevada que tiene que alcanzar en algún momento. Cuando el hombre queda enredado en el egoísmo, la codicia, el odio y la lujuria, naturalmente olvida lo que hay debajo de su propia piel. Entonces el materialismo y el escepticismo reinan por encima de todo. El hombre se irrita por pequeñas cosas y comienza a reñir y pelearse. En síntesis: se hace desgraciado. La profesión de médico me proporcionó una amplia evidencia de los grandes sufrimientos de este mundo. Fui bendecido con una visión y perspectiva nuevas.”

Sivananda estaba convencido profundamente de que debía haber un lugar –un dulce hogar de gloria prístina, de pureza y esplendor divinos– donde se pudiera disfrutar eternamente de una seguridad absoluta, de paz y felicidad perfectas. Por lo tanto, él renunció al mundo. Al hacerlo sintió que pertenecía al mundo entero. Una vida de severa disciplina personal y penitencia le dio la fuerza suficiente para moverse inalterado en medio de las vicisitudes del mundo fenoménico. Comenzó a sentir cuánto bien podía hacer a la humanidad, si él pudiese compartir esta visión nueva con todos los demás. Entonces creó  la “Sociedad de la Vida Divina” como un instrumento de trabajo. Como respuesta a los eventos dramáticos que sucedieron con la llegada del siglo veinte, como los horrores de las guerras pasadas y futuras y el sufrimiento consecuente que tocaron las mentes de la gente, había que actuar. No le fue difícil ver que los dolores de la humanidad eran provocados por sus propios actos. Para alertar al hombre de sus errores y tonterías, y para hacer que corrigiese sus hábitos, de tal modo que pudiese utilizar su vida para alcanzar fines más valiosos, sintió la urgente necesidad de compartir sus enseñanzas. Como respuesta a esta necesidad, vio el nacimiento de la Misión de la Vida Divina, con su tarea de rescatar al hombre de las fuerzas de su naturaleza inferior y de elevarlo hasta lograr la consciencia de su verdadera relación con el Cosmos. Este es el trabajo de estimular la consciencia religiosa, de hacer que el hombre se diera cuenta de su esencia divina. (Continuará)

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