La necesidad de un maestro, Swami Sivananda VII


3ª parte.
Llamado anteriormente Kuppuswami, Swami Sivananda nació el 8 de septiembre de 1887, en el seno de una ortodoxa familia de bramines en una aldea al sur de la India. Desde muy joven, le fue confiada por su padre la tradición védica, mostrando una inclinación natural hacia al estudio y práctica de la filosofía Vedanta. Poseía una mente excepcionalmente abierta y libre de prejuicios.
Para Sivananda la religión no se puede enseñar o comprender mediante la simple argumentación o discusión: “No puedes hacer que alguien se vuelva religioso solamente con preceptos o cánones religiosos. Ello requiere un equilibrio particular con nuestro vasto entorno, y una habilidad para sentir tanto lo más profundo, como lo más ilimitado. También se necesita sentir una simpatía genuina con la creación. La religión es un modo vida, no mera charla o demostraciones. Sostengo que cualquiera que sea nuestra religión, cualquiera el profeta que uno adore, cualquiera que sea el lenguaje, el país, la edad o el sexo, uno puede ser religioso si la verdadera implicación del sagrado término “Tapas”, que significa básicamente cualquier forma de autocontrol personal, se aplica realmente en la vida cotidiana, en la medida de lo posible para cada uno, en su propio entorno y circunstancias que le acompañen.”
Sivananda consideraba que la verdadera religión es la religión del corazón. El corazón debe purificarse primero. La verdad, el amor y la pureza son las bases de la religión auténtica. Controlar la naturaleza básica, conquistar la mente, cultivar las virtudes, servir a la humanidad, desarrollar la buena voluntad, el compañerismo y la fraternidad, constituyen el fundamento de la verdadera religión. Esos ideales los incluyó en los principios de la Sociedad de la Vida Divina, fundación creada por este maestro. Y durante el resto de su vida intentó enseñar principalmente a través del ejemplo, al que consideraba el más importante que todos los preceptos.  Para él esta es una religión en la que lo esencial es dar un verdadero sentido a los deberes y tareas diarias del ser humano. La belleza de la Vida Divina es su simplicidad y aplicabilidad a los asuntos cotidianos del hombre común. Es irrelevante si uno va a orar a una iglesia, a una mezquita, o a un templo, ya que todas las oraciones sinceras son escuchadas por la Divinidad.
Obviamente en este camino espiritual hay retos, pruebas. Una persona que toma la senda espiritual se desorienta antes de llegar al final de su viaje. Se ve tentado naturalmente a relajar sus esfuerzos en la mitad del camino. Son muchas las trampas, pero aquellos que aran con firmeza, llegan con seguridad a la meta de la vida, que es la universalidad del ser, el conocimiento y el gozo. Es el camino del Filo de la navaja al que acceden quienes realmente anhelan su realización espiritual y trascender el Samsara.
En sus libros y escritos puso un gran énfasis sobre la disciplina requerida para los turbulentos sentidos, la conquista de la mente, la purificación del corazón y el logro de la paz y fortaleza internas, adecuadas a las diferentes fases de la evolución. Comprendió que el deber más importante del ser humano es aprender a dar, dar con caridad, dar con abundancia, dar con amor y sin expectativa de recompensa alguna, porque uno no pierde nada dando, por el contrario, quien da recibe mil veces lo que dio. La caridad no es simplemente un acto de ofrecer ciertos bienes materiales, ya que la caridad es incompleta sin la caridad de la disposición personal, del sentimiento, de la comprensión y del conocimiento. La caridad es el propio sacrificio o la ofrenda personal efectuada en los diversos niveles de nuestro ser.
Swami Sivananda entendía a la caridad en su sentido más elevado como si fuera equivalente al Jnana Yajna, al sacrificio de la sabiduría. De manera similar, consideraba que la bondad de ser y hacer, constituye la piedra fundacional de nuestra vida. Por bondad quería decir la capacidad de sentir con los demás, y de vivir y sentir como los otros lo hacen, y de ponerse en situación de actuar de tal modo que nadie resulte dañado por la acción. La bondad es el rostro de la Santidad.

Como un ser realizado Sivananda decía que para él ya no existía el mundo físico, había descorrido el velo de la ilusión o Maya. “Lo que veo, lo veo como la gloriosa manifestación del Todopoderoso. Me regocijo cuando contemplo al Purusha (Espíritu) con miles de cabezas, miles de ojos y pies, el Sahasrarasirsha Purusha. Cuando sirvo a las personas no veo personas, sino a Él, de quien ellas son los miembros. Aprendí a ser humilde ante el Ser Todopoderoso, cuyo aliento respiramos y cuyo gozo disfrutamos. No creo que haya nada más, para enseñar o para aprender. Aquí está la crema de la religión, la quintaesencia de la filosofía que todos necesitan realmente.” Continuará…

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