La Madre, mi divina madre
Prócoro Hernández Oropeza
Mi madre fue una fuente de inspiración. Siempre preocupada
por sus hijos, velaba porque no nos faltara nada. Y si algún hermano se
enfermaba ahí estaba, al pie de la cama, pendiente de todo, a veces orando o
dando consuelo. Antes de darnos permiso para salir a jugar béisbol con los
amigos, primero nos exigía que hiciéramos las tareas académicas. En ese tiempo,
por fortuna para nosotros no había televisión, ni teléfonos, Smartphone ni
computadoras. Todo lo hacíamos a mano, en los primeros años usando el ábaco
para sumar, o bien haciendo sumas, restas, multiplicaciones y divisiones en las
libretas.
En esos primeros años de primaria, los maestros nos pedían
que nos aprendiéramos de memoria los nombres de todos los países del mundo y
sus capitales. O bien los nombres de las montañas y sus altitudes, o los ríos y
sus extensiones. Mi madre era mi soporte para comprobar mi aprendizaje de
memoria de todos esos datos. Aquel alumno que no se aprendiera la tarea no
salía a recreo. En el salón sólo salíamos tres: una compañera, otro compañero y
yo. A veces nos aburríamos en el recreo porque no teníamos con quien jugar.
Hace 15 años que desencarnó mi madre y aún recuerdo su sonrisa,
esa mirada amorosa, su cabello negro y rizado que los entrelazaba en dos
grandes trenzas. Un día antes de morir
hablé con ella por teléfono y me dijo que ya se quería ir. Le pregunté si no
tenía miedo, si estaba lista para partir. Ella me dijo que sí. Me despedí de
ella y le dije que no tuviera miedo, que la muerte sólo era una puerta a una
nueva dimensión y posiblemente nos volveríamos encontrar en otras vidas.
No sentí dolor por su partida, mis hermanos y mi padre la
despedimos con mucho amor y sólo mi padre soltó una lágrima durante el sepelio
mientras le arrojaba unas rosas. Antes del funeral les dije a mis hermanos que
para despedir a nuestra madre había dos maneras: una en sufrimiento y la otra
en amor, sólo recordando su cariño, sus enseñanzas, pero sobre todo su gran
amor por la familia. Y pese a las adversidades que a veces se presentaban en
casa, ella no perdía la calma y siempre nos alentaba a salir adelante. Ninguno de
los hermanos le lloró, lo cual no significaba que no le amáramos, simplemente
le despedimos en amor y agradecimiento y en felicidad, porqué no.
Felicidad porque estaba pasando por una enfermedad que le
hacía sufrir. Felicidad porque ya nos habíamos desapegado o bien habíamos
dejado de tener miedo a la muerte, cuando menos yo. Ya entendía en ese entonces
que la muerte es un paso natural al cual todos habremos de arribar. Comprendía que
somos espíritus en crecimiento y venimos a este planeta a sanar nuestra alma.
Que nuestros padres nuestros hermanos, nuestra familia fue
asignada para cumplir una misión o para compartir destinos por leyes del karma;
leyes que muchos no comprendemos aún pero que están vigentes a pesar de nuestra
ignorancia o de que lo creamos no.
Un día, en meditación, me vi en cuerpo de una bella mujer, acompañada
por otras bellas damas. De repente apareció mi madre, pasó a mi lado, me sonrío
y unos metros adelante estaba la virgen María, se le acercó y se integró con
ella. Fue un sueño maravilloso que me recuerda el eterno femenino. Ese eterno
femenino que está vivo en todo ser viviente. Es el amor viviente, porque la
mujer, la madre encarna ese amor vivo y resplandeciente que entrega todo y se
desvive por su hijo. Ella la madre, la divina madre es la guerrera que nos
ayudará a sanar nuestra alma si se lo pedimos. Ella elimina nuestros demonios
internos; es la guerrera divina, la Adonía, Isoberta, Cibeles, Kwan Yin,
Astarté, Stella Maris.
Cada mujer, cada madre es la encarnación del eterno
femenino. Es un poema viviente, un libro abierto, un ángel, un hada, es la viva representación
física de Dios madre como naturaleza. La mujer como madre es la cristalización
diamantina del amor. Afirma el maestro
Samael Aun Weor que la maternidad, el Amor, la mujer, es algo grandioso que
resuena en el coral del espacio en forma siempre perenne; así que la mujer es
el pensamiento más bello del Creador hecho carne, sangre y vida.
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