El matrimonio: cárcel o liberación



Prócoro Hernández Oropeza
En occidente los humanos somos esclavos de la pasión y por lo mismo tenemos un concepto del matrimonio y del sexo muy errado. A diferencia del león que visita a sus cónyuges una vez en su vida o una vez al año, los humanos pensamos que entre más sexo tengamos somos más machos, más hombres, más viriles. Somos inconscientes y con ese instinto pasional violamos las leyes de la naturaleza, por lo que habremos de pagar un duro castigo  en el futuro próximo.
La infrasexualidad, además de generar una sobre población aumenta enfermedades, desperdicia energía y comete graves faltas contranatura. Cada vez es más permisible y hasta las leyes civiles se modifican para que puedan convivir hombres con hombres, mujeres con mujeres, sin saber el destino kármico que les ha de generar a futuro a quienes lo hacen y permiten. Esta depravación sexual está permitiendo también un desgaste del matrimonio como célula de la sociedad y evita que esa energía que se desparrama inútilmente se convierta en un camino de liberación espiritual.
Sivananda dice acerca de esto: “Todo mundo está sometido a una tremenda intoxicación sexual. Ni siquiera las personas que se consideran educadas son una excepción a esta regla. Todos viven engañados y actúan en el mundo con un intelecto pervertido. ¡Pobres de los miserables individuos de la humanidad! Les tengo simpatía. ¡Que Dios les alce por encima de este cenagal y abra sus ojos hacia los reinos espirituales!”.  El auto control y el celibato, la magia sexual o suprasexualidad son los únicos métodos naturales efectivos en el control de la natalidad, pero también para redimirse espiritualmente.
Por ello, a diferencia de la India en Occidente el matrimonio es como una cárcel, una esclavitud de por vida, como una maldición. Estima Sivananda que el bachiller que en un tiempo fue libre está ahora atado al yugo del matrimonio, con sus pies y manos encadenados. Está sujeto a un conjunto de deberes y obligaciones, a horarios y atenciones maritales. Las disputas surgen cotidianamente debido a los malos entendidos o a diferencias de opinión entre esposa y esposo. La esposa piensa que el marido debe obedecerla y complacerla en todo. El esposo piensa lo mismo y por ello pelean a cada hora y solo olvidan sus disputas cuando les arrastra la pasión, piensan que la vida es maravillosa y le susurran al oído de la esposa palabras bonitas, aunque no existe una verdadera unión ni amor en lo  más hondo de sus corazones.
Cuando una pareja se une sin apasionamiento y con discriminación puede perdurar su matrimonio hasta la muerte. Entonces se unen por verdadero amor, más que por pasiones o instintos animales. Las mujeres inteligentes entienden que su deber es cooperar con sus esposos para llevar una vida espiritual y amorosa en casa. El esposo debe ayudarla cuanto pueda en su evolución espiritual y a conservar su pureza. El deber de esposo es entrenar a su compañera en el camino de progresión espiritual. El esposo es el sacerdote y la mujer la sacerdotisa, una Isis, sólo entonces será el lugar de un santo, un lugar santo.
Sostiene Sivananda que los dioses en India decían: ¡Oh Rama!, trata a tu esposa como una Devi, o diosa, ella es la reina o Laksmi de la casa. Donde se honra a una mujer hay riqueza, prosperidad, éxito y paz. ¡Oh Lila! Conviértete en una Pativrata o mujer casta. No pelees con tu esposo. Que todos llevéis una vida de pureza y devoción y que alcancéis la bendición suprema en esta misma vida. ¡Que exista una unión psicológica y espiritual  entre esposa y esposa! ¡Que os ayudéis mutuamente en vuestras prácticas espirituales y religiosas! ¡Que la realización de Dios sea vuestra consigna! ¡Que la pureza sea vuestra máxima! ¡Que las virtudes, el Dharma, sean vuestra guía!

El matrimonio perfecto existe, para ello hombre y mujer deben realizar un profundo trabajo espiritual para eliminar el deseo, la lujuria, el apasionamiento, el libertinaje, sólo unidos por el cordón de oro del amor. 

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