La Voluntad Cristo
Prócoro Hernández Oropeza
Si deseáramos definir la voluntad humana podríamos decir que
es el libre albedrío que se nos otorgó para actuar desde nuestra conciencia.
Pero nuestra conciencia está limitada, enfrascada por miles de yoes o agregados
psicológicos, entonces diríamos que en realidad no tenemos una voluntad propia.
Es una voluntad gobernada por esos yoes, como el de la ira, lujuria, pereza,
orgullo, avaricia, envidia y gula. Esos son los yoes que mueven los resortes de nuestra voluntad.
Los diccionarios definen a la voluntad como la capacidad
humana para decidir con libertad lo que se desea y lo que no. O también un
deseo o intención, o cosa que se desea. Eso de decidir con libertad es
relativo. Es posible que quiero decidir ser un hombre honesto y casto, pero los
egos del orgullo o de la lujuria me obligan a mentir o caer en la tentación de
la lujuria. Supongamos que estoy casado, pero en el trabajo hay una chica que
me agrada y busco pretextos para enamorarla hasta que finalmente la conquisto.
El ego del orgullo se sentirá bien, el de la lujuria muchos más si se llegó al
acto carnal.
En el fondo sé que
eso que hice fue incorrecto. Mi conciencia, esa chispa divina que existe en mi
interior indica que eso es deshonesto, inapropiado, pero esos yoes del deseo,
de la lujuria me obligaron a mentir y a caer en el error, en el pecado. ¿Dónde
queda esa libertad? ¿En realidad yo decidí caer en el error o fueron otros
factores los que me obligaron a caer? Como decía, en el fondo sabía que eso era in correcto, pero esos deseos, los deseos
de los yoes me obligaron a cometer actos que sobrepasaron mi voluntad. Mi
voluntad fue doblegada, quebrada.
Entonces podemos decir que poseemos una voluntad débil o
mecánica, una voluntad domesticada por los yoes. Estima el maestro Samael Aun
Weor que a través de las edades la voluntad humana se acostumbró a reaccionar
incesantemente sobre las cosas terrenales, seducida por la mente humana, se
dejó sugestionar por las cosas terrenales. Los prejuicios, los preconceptos y
el polvo de los años desfiguraron a esa voluntad convirtiéndola en un monstruo
horrible al servicio de la mente y el deseo, controlados por los yoes.
Es el miedo y el ansia de seguridad los que han convertido a
la voluntad a una pobre víctima de los cuatro cuerpos inferiores o de pecado
(cuerpo físico, vital, astral y mental). Ese peso del pasado, el polvo de los años,
de muchas vidas pasadas con todos sus prejuicios ancestrales los que la han
convertido en una miserable esclava de las cosas terrenales. Lo es porque en otros
tiempos, en los gloriosos tiempos de luz, la voluntad era una con Dios, con
nuestro Ser. Es lo que se conoce como la voluntad Cristo.
La voluntad Cristo es la que sólo obedece al Íntimo, a
nuestro real Ser. Que sólo hace la voluntad del Padre, así en los cielos como
en la tierra. Es rebelde, afirma Samael Aun Weor, rebelde contra las cosas
terrenales, porque sólo obedece a la voluntad del Padre. Así como Cristo no se
doblegó ante Pilatos, ni dobló las rodillas ante Caifás, así la voluntad Cristo
sólo se arrodilla ante la voluntad del Padre.
Para adquirir esa voluntad debemos adquirir el anhelo de
Servir a esa Voluntad del Padre. Dejar de servir a la voluntad inspirada por el
yo, el ego, al mí mismo, a esos deseos terrenales. Dejar de identificarnos con esa
voluntad que no sirve y nos mata, como dice Séneca y que le llamamos la
voluntad de Sí, que se basa en el amor de sí, o auto simpatía.
Esta voluntad Crística es una de las virtudes de nuestro Cristo
íntimo. Es una voluntad muy exquisita, muy especial. Voluntad que quizá en
alguno momento de nuestra vida hemos puesto de manifiesto, voluntad que ha
estado frente a nosotros en nuestros anhelos de transformación, la que nos ha
permitido realizar actos de amor a Dios, voluntad que nos lleva y nos llevará
siempre por el camino seguro. Esta es la
voluntad requerida para forjar al nuevo hombre.
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