La avaricia, otro de los grandes vicios


Prócoro Hernández Oropeza
Además de la ira y la lujuria, dos grandes agregados psicológicos o egos que tienen dominada a la humanidad, la avaricia es otro demonio que controla los resortes más tenebrosos de la máquina humana. El avaricioso es aquel que tiene una afanosa necesidad de poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie. No le importa cuánto daño haga a sus semejantes, sean amigos, empleados o clientes sólo le importa seguir acumulando riquezas, posesiones y fama. Aunque esta última más bien pertenece al ego del orgullo, operan en complicidad para lograr su éxito.
La avaricia se viste con diferentes ropajes o manifestaciones, desde la usura, fraude, explotación, extorsión, robo, corrupción, falta de misericordia. Para San pablo, la avaricia es la raíz de todos los males y la define como una forma de idolatría. A estos vicios se les considera una idolatría en el sentido de que constituyen una servidumbre a un bien que no es Dios. Idolatría al dinero, el oro, la ganancia, el poder y aquel que es dominado por este demonio no tiene llenadera. El miedo está detrás de esa persona y piensa que todo el mundo le va a robar, a quitar sus bienes, su riqueza. Teme también a que cierto día se quede pobre.   Y siempre está viendo la forma de ganar más sin sacrificar nada, explotando al máximos sus recursos o a su empleados. A ellos, a sus empleados, sólo los ve como engranajes de su maquinaria, no como seres sintientes.
Dante Alighieri, cuando visitó los mundos infernales describió lo siguiente de estos hombres enredados por el vicio de la avaricia: “Los simoniacos y los avaros son enterrados con la cabeza primero. Y se les oía decir: ´Mi alma se pega a la tierra´ y lloran tan fuerte que apenas se les oye hablar. Y Friedrich Nietzsche afirmaba: “Lo que posees, te posee”. Aristóteles sostenía que la avaricia ciega a otros valores y por afán de lucro quien se dedica a ella, soporta la infamia y puede dedicarse a quehaceres deshonestos.
Así, las despachadoras de gasolina no dan el litro de gas a su debida proporción, quienes venden leche en botellas, conservan el mismo tamaño, pero en letras pequeñas avisan que ya no es un litro, sino 800 ml. Los cerrillos también han reducido su tamaño, sin bajar el precio y cuando Tesla inventó la luz eléctrica y se fabricaron las primeras bombillas o focos, estos duraban una gran cantidad de años, pero a los fabricantes esto no les satisfizo y llegaron a acuerdos para que durasen sólo 1500 horas, esto a principio del siglo pasado.  La corrupción que se vive en muchos países es una hija maldita de la avaricia. Por avaricia los políticos, gobernantes, dictadores hacen de la corrupción un acto deleznable para poseer más, controlar, dominar, enriquecerse.
Para Santo Tomás de Aquino, la avaricia es considerada como un vicio espiritual porque no produce placer al cuerpo, sino cierto placer del alma; el de poseer. El deseo de apropiarse del mundo, de la realidad o de una parte de ella y el dinero forma parte de ese impulso de ampliar esas posibilidades vitales. Es un hambre de dominio, de seguridad, de expansión que puede darse en todos los ámbitos de la vida, por eso se entremezcla con la soberbia o con la envidia. El avaro no sólo quiere conseguir bienes materiales, sino acumularlos y conservarlos. La avaricia posee tres modalidades: 1. Apego excesivo al dinero, 2. acumularlo y 3. Conservarlo y este último es uno de los más perniciosos y condenables porque entorpece la distribución y circulación del dinero y es lo que tiene sumido al mundo en grandes contrastes, pero sobre todo a que una pequeña parte de la población posea la mitad de la riqueza, unos cuantos ricos del planeta controlan la energía del dinero. Por eso el mundo está envuelto en injusticias, hambre, violencia, guerras, fanatismo e ignorancia.  
  


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