El Yo humano
Prócoro Hernández Oropeza
Aunque algunas corrientes asumen al Yo como la parte
superior del Ser o el gran espíritu que mora en cada hombre, en realidad es un engaño.
El verdadero Yo es una larva monstruosa que se formó cuando fuimos desterrados
del paraíso. Muchas se preguntarán ¿Acaso yo vengo de ese paraíso o de ese Edén
idílico del que hablan los libros sagrados? Cuando llegamos a esta tercera
dimensión arribamos como un hombre vulgar, ignorante, desprovistos de nuestros
trajes de luz y vistiendo, como lo dice la Sagrada Biblia cristiana, con la
ropa de animal, del ego.
Entonces vinieron, las preocupaciones, la batalla por
sobrevivir, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Dice el maestro Samael
Aun Weor que en la noche de los siglos, ese Yo fue sencillo, pero a través de
los siglos se fue volviendo más y más complicado y difícil. Ese yo ha sufrido
muchos cambios, de tal forma que a veces parece un demonio y a veces un niño
Dios. En otras se reviste con la túnica de Aristo y se presenta presumiendo
humildad mientras no le toquen la llaga, cuando se la tocan reacciona lleno de
tremenda ira.
De acuerdo a estas consideraciones samaeleanas, el yo ha
pasado por tres etapas sucesivas de complicación. La primera es el hombre común
de la tierra, la segunda es el hombre culto o educado que desarrolla el
intelecto y la tercera son los selectos o escogidos que residen en lo más alto,
y esta es la fase más peligrosa. Al llegar a esta etapa el hombre toma la actitud de un ángel o de un hombre que se siente escogido para
dirigir los destinos de una comunidad, grupo o nación y quiere que todos le
reconozcan sus méritos y le sirvan.
De ahí la distinción entre el Ser y el Yo. El yo es una
larva horrible que consume nuestra energía cuando nos identificamos con la ira,
la envidia, codicia, gula, lujuria, orgullo o pereza. El Ser es transparente
como el cristal, el Yo es monstruoso. Mientras el Ser no se ofende con nada ni
espera reconocimientos, pero el Yo se ofende por todo. Si alguien le dice que
es un tonto, inútil, el Yo del orgullo brinca, se enoja y agrede o se
justifica. El Ser es indiferente ante el placer y al dolor, ante la alabanza y
el vituperio, ante el triunfo y la derrota, mientras que el Yo de la lujuria o
de la gula se excita ante cualquier estímulo, sea visual, táctil o gustativo. El Yo se ofende por todo, sufre, llora y goza,
busca placeres, seguridad. El Ser nunca tiene miedo y por lo cual no busca
seguridades, ni guaruras, en tanto que el Yo tiene miedo a la vida, miedo a la
muerte, al hambre, a la miseria.
Este es el origen del porqué los hombres se explotan, se
denigran, se hacen corruptos, deshonestos, asesinos, ladrones, hacen la guerra,
roban y acumulan dinero, y es por miedo, y por miedo matan y se aman por miedo.
El Ser, nuestro gran Ser está más allá de los deseos, mucho
más allá de los apegos, el Yo vive atrapado por sus deseos, sufre por sus
deseos y apegos. Se apega a la pareja, a los hijos, al dinero, al trabajo, a su
riqueza, a su poder o fama. El Ser está más allá de las apetencias y temores,
más allá del intelecto y de la muerte. No teme a la muerte porque sabe que es
eterno. Está más allá de la voluntad
humana, de la inteligencia. El Ser es el árbol de la vida, el sumum de la
sabiduría, la armonía y la felicidad perene. Mientras que el Yo se vuelve
intelectual y sufre por sus apegos y temores, por sus celos y pasiones, por sus
egoísmos y odios. A estas alturas no
debemos confundir al Yo Soy del que hablaba Jesús, con el simple Yo. El yo es la
larva del umbral, el Yo Soy es la corona de la vida, la corona resplandeciente
del Ser.
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