Los misterios lunares


Prócoro Hernández Oropeza
La luna es satélite de la tierra porque gira a su alrededor, siempre dando vueltas, naciendo y muriendo, en un eterno ir y venir. Como un pálido espejo que refracta la luz del astro rey, pero también como un refractor de emociones y sentimientos de los que habitamos este planeta, es por eso que ha sido una fuente de inspiración poética, pero también foco de interés para la ciencia y objeto del deseo de los que buscan afanosamente descubrir los misterios del universo.
En el pasado, en plena guerra fría las dos potencias rivales, Estados Unidos y Rusia se lanzaron a una carrera por llegar primero a la luna. Pese a que los Estados Unidos fueron los primeros en poner un pie en la superficie lunar, sus detractores han mostrado evidencias de que todo fue un teatro. Independientemente de lo que haya sucedido, la luna es un maravilloso espectáculo, sobre todo cuando su avistamiento es total, un disco resplandeciente que nos recuerda lo grandioso que es el universo donde nos hallamos.
Luna grande, luna chica, de cristal o de agua, de queso o de plata, siempre serás un punto de referencia para recordar nuestro origen, la sincronía del universo, una obra perfecta y divinal, los misterios de Dios y sus creaciones. Sea en tu fase creciente o decreciente, siempre serás una obra de arte, rodeada de estrellas y ese fondo azul que se confunde con un mar sin límites. Un eterno azul que invita a viajar, cuando menos en la imaginación, como lo hacen los escritores de ciencia ficción o las películas de este género.
El poeta Jaime Sabines usó la luna como pretexto para inventar fórmulas, remedios y beneficios de esta belleza.
La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.
En cambio Federico García Lorca se queja de que a la luna ya nadie la mira, no es de nadie, nadie le manda besos, ni le escribe poemas. Pobre luna, desapercibida, malquerida, abandonada. Sólo un círculo solo y errante.

LA LUNA
Ya nadie mira a la luna,
la luna ya no es de nadie;
ya no la cubren de besos,
ya no la bañan con sangre.

Ni ya le escriben poemas,
ni ya le clavan puñales;
ya no hay tragedias de amores,
ya no hay amor, no hay amantes.

Ya pasa sola la luna,
ya pasa sola, sin nadie;
ya no amontona secretos
ni alumbra sueños, como antes.

¿Adónde fuisteis, poetas,
adónde fuisteis, amantes,
que la dejasteis sin versos,
que sin amor la dejasteis?

Ya no es de nadie, ni es luna,
la luna que ahora nos sale;
porque es un círculo sólo,
y sólo un círculo errante.
Yo me quedo con estos últimos versos de Sabines:

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.


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