Sueño, el agua del olvido
Prócoro Hernández Oropeza
Estiman los sabios que nuestro nacimiento no es sino sueño y olvido. Es verdad, cuando nacemos nos dan el agua del olvido para no recordar nuestras vidas pasadas e iniciar un nuevo ciclo, de experiencias nuevas. Olvidamos, por tanto, que venimos de algún lugar remoto, que nuestra alma, nuestra estrella vital, nuestro Ser tuvo un origen en otra parte. Venimos de Dios, de la fuente de toda vida, ese es nuestro verdadero hogar. Visto así, arrastramos nubes de gloria y ahora vivimos en las sombras, en la prisión y visión del ego, de los múltiples yoes.
Hemos perdido consciencia de nuestra verdadera identidad, Sat nam, mi identidad es divina y pensamos que somos este cuerpo, nuestros roles, identidades y nuestras posesiones y posiciones sociales, lo que lo sabios denominan el Mi mismo, esta personalidad. Pero, el mi mismo está de este lado del río, el Ser se encuentra en la otra orilla. El mi mismo es complicado, inconsciente y doloroso, el Ser es de lo más simple, feliz y consciente.
Es complicado para la mayoría, incluso para los psicólogos, comprender esta relación entre el Mi mismo y el Ser. Cómo entender que el Ser puede experimentar directamente la verdad, más allá de esta realidad ilusoria que nos proveen los cinco sentidos. Los maestros dicen que el alma concibió la ilusión del ego como una realidad inherente a ella y entonces expresa esa realidad ilusoria a través de pensamientos, sentimientos, palabras y acciones. Pero algún día llegará el momento en que se torne consciente e identifique esa dualidad, la ilusión del ego y la realidad del Ser.
Esta dinámica de comprensión se hace navegando entre esta y la otra realidad. Estando arriba y abajo, entrando y saliendo y recapitulando las experiencias. Al hacernos conscientes y tomar consciencia se adquiere el compromiso con el espíritu para llevar a cabo la participación en el gran plan de vida, de cristalizar la iluminación y trascendencia, de recordar el camino a casa.
Cuando se llega a este nivel de consciencia se obtiene aprehensión, no sólo del mundo que nos rodea, sino sobre todo aprehensión del mundo interior. Se toma consciencia de que estamos en la unidad, de recordar el camino que nos lleva a la unidad, a Dios. Aceptamos que nuestra consciencia es independiente de nuestros sentidos físicos, es infinita y trasciende los límites del espacio y el tiempo. Reconocemos que nuestra mente limitada no puede comprender las dimensiones del reino interior y nos hace ver que cada uno de nosotros está conectado y al mismo tiempo somos una expansión de la totalidad de la existencia, que formamos parte de esa totalidad llamada universo y que más allá de la luz, existe luz de luz, el fuego del fuego, el vacío iluminador.
¿Qué es el vacio iluminador? Es identificarnos con el árbol, el pájaro que vuela, el sol, las estrellas, el pez, el mar, las flores, nubes, con las montañas y ríos, con el viento, el fuego, con todos los elementales y seres sintientes. Y más allá de eso, de esa identificación sentir que somos realmente el árbol, un pájaro, el pez, el aire, el sol, todos los soles, los mundos, todo lo que es y ha sido.
Quien llega a ese espacio, el vacio iluminador, es porque ha transcendido esa ilusión del ego, ha cruzado el río y se ha convertido en el Uno. Entonces nuestra esencia experimenta la verdadera felicidad, de aquello que es y sin embargo no es porque está más allá del tiempo y del espacio. Quien ha llegado a ese vacío es porque ha recordado su verdadero origen y también ha encontrado su maestro y el mapa para retornar a casa.
Estiman los sabios que nuestro nacimiento no es sino sueño y olvido. Es verdad, cuando nacemos nos dan el agua del olvido para no recordar nuestras vidas pasadas e iniciar un nuevo ciclo, de experiencias nuevas. Olvidamos, por tanto, que venimos de algún lugar remoto, que nuestra alma, nuestra estrella vital, nuestro Ser tuvo un origen en otra parte. Venimos de Dios, de la fuente de toda vida, ese es nuestro verdadero hogar. Visto así, arrastramos nubes de gloria y ahora vivimos en las sombras, en la prisión y visión del ego, de los múltiples yoes.
Hemos perdido consciencia de nuestra verdadera identidad, Sat nam, mi identidad es divina y pensamos que somos este cuerpo, nuestros roles, identidades y nuestras posesiones y posiciones sociales, lo que lo sabios denominan el Mi mismo, esta personalidad. Pero, el mi mismo está de este lado del río, el Ser se encuentra en la otra orilla. El mi mismo es complicado, inconsciente y doloroso, el Ser es de lo más simple, feliz y consciente.
Es complicado para la mayoría, incluso para los psicólogos, comprender esta relación entre el Mi mismo y el Ser. Cómo entender que el Ser puede experimentar directamente la verdad, más allá de esta realidad ilusoria que nos proveen los cinco sentidos. Los maestros dicen que el alma concibió la ilusión del ego como una realidad inherente a ella y entonces expresa esa realidad ilusoria a través de pensamientos, sentimientos, palabras y acciones. Pero algún día llegará el momento en que se torne consciente e identifique esa dualidad, la ilusión del ego y la realidad del Ser.
Esta dinámica de comprensión se hace navegando entre esta y la otra realidad. Estando arriba y abajo, entrando y saliendo y recapitulando las experiencias. Al hacernos conscientes y tomar consciencia se adquiere el compromiso con el espíritu para llevar a cabo la participación en el gran plan de vida, de cristalizar la iluminación y trascendencia, de recordar el camino a casa.
Cuando se llega a este nivel de consciencia se obtiene aprehensión, no sólo del mundo que nos rodea, sino sobre todo aprehensión del mundo interior. Se toma consciencia de que estamos en la unidad, de recordar el camino que nos lleva a la unidad, a Dios. Aceptamos que nuestra consciencia es independiente de nuestros sentidos físicos, es infinita y trasciende los límites del espacio y el tiempo. Reconocemos que nuestra mente limitada no puede comprender las dimensiones del reino interior y nos hace ver que cada uno de nosotros está conectado y al mismo tiempo somos una expansión de la totalidad de la existencia, que formamos parte de esa totalidad llamada universo y que más allá de la luz, existe luz de luz, el fuego del fuego, el vacío iluminador.
¿Qué es el vacio iluminador? Es identificarnos con el árbol, el pájaro que vuela, el sol, las estrellas, el pez, el mar, las flores, nubes, con las montañas y ríos, con el viento, el fuego, con todos los elementales y seres sintientes. Y más allá de eso, de esa identificación sentir que somos realmente el árbol, un pájaro, el pez, el aire, el sol, todos los soles, los mundos, todo lo que es y ha sido.
Quien llega a ese espacio, el vacio iluminador, es porque ha transcendido esa ilusión del ego, ha cruzado el río y se ha convertido en el Uno. Entonces nuestra esencia experimenta la verdadera felicidad, de aquello que es y sin embargo no es porque está más allá del tiempo y del espacio. Quien ha llegado a ese vacío es porque ha recordado su verdadero origen y también ha encontrado su maestro y el mapa para retornar a casa.
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