La expresión divina

Prócoro Hernández Oropeza
Se va Agosto, llega septiembre. Arriba, el cielo se estremece con el fuego de los rayos, las nubes se agitan y los árboles bailan con las olas del viento. Los cerros lucen trajes muy verdes y se sienten bastante contentos. Los pájaros se esconden entre las ramas, otros rayan el cielo con sus alas.
Hace calor, es verano y las lluvias no son tan pródigas como antes. En los atardeceres, Dios sol pinta hermosos paisajes, acuarelas y bajo relieves. Los pintores se admiran y se sienten menos porque no tienen esa habilidad para expresar la belleza y el colorido de esos instantes de luz y sobras, colores y formas.
¡Qué maravilloso planeta poseemos! Es nuestra casa, nuestro sustentador. Pero como andamos dormidos no percibimos esta belleza, sus riquezas, sus bondades, su magnificencia. Se va agosto, llega septiembre, pero para la mayoría es un dato del calendario, una rutina del tiempo que debemos vivir. Es más que una rutina. Si nos detuviéramos a mirar todo lo que nos rodea, nuestra casa, la calle, la colonia, la ciudad, sus cerros, su mar, sus ríos, en cada uno están las maravillas de Dios. Todo es sagrado si los miramos con los ojos del amor.
Si vemos con la mente, con los cinco sentidos, sólo percibimos detalles insignificantes, como si fueran decorados urbanos, como cosas triviales. Los maestros dicen que sólo una mente calmada puede comprender la verdad, puede ver a Dios en todo lo que le rodea y recibir la luz divina.
Si, lo percibiremos con otros sentidos, no con los limitados, y con ellos podemos ver muchas maravillas y sorprendernos de ellas en cada instante. Entonces no perdemos la cordura, nos sentiremos vivos, sorprendidos, alegres, en paz. Con esa mente limitada vienen pensamientos de agobio, estrés, depresión, angustia y esas vibraciones las estaremos enviando al universo y contagiando a otros.
Se va Agosto y lo despedimos con una sonrisa. Me ha permitido disfrutar la vida y tal vez aprendí nuevas lecciones, conocí a distintas personas, me reencontré con viejas amistades, la sincronía del amor se extendió en mi campo de acción. Mi gato me regaló una sonrisa y una mariposa se posó en mi mano. La luna, en su fase decreciente, me inspiró una sonrisa.
Desde el techo de mi casa observé la bahía como un espejo humeante y arriba algunas estrellas misteriosas y eternas. Llega septiembre con olor a humedad y lluvia, más calor, tal vez y con experiencias que quedarán grabadas en mi memoria. Septiembre, mes de la patria, dicen, de las fiestas y el patriotismo. Yo no festejo eso, porque sé que hoy nos tocó vivir en este país, en esta ciudad y con la misma gente. En anteriores vidas viví en otra parte, con diferentes culturas y lenguajes. Eso creo y siento; somos seres, cuya casa y nación está lejos y cerca a la vez. Todos somos una gran familia, somos hermanos, formamos parte de una unidad, pero nos sentimos separados.
Somos espíritus que venimos a vivir experiencias humanas, no al revés. Y al saber eso, nada me angustia. La muerte puede llegar mañana o dentro de muchos años. No le temo, sólo vengo a recordar quién soy y a quién pertenezco. Por eso admiro y me regocijo con todo lo que veo y trato de ver en todo una expresión de Dios, el amor, el eterno perdón, la gracia divina, la felicidad permanente, la compasión. Afirmaba un gran maestro que la verdad y la sabiduría no se hallan en las palabras de un sacerdote o predicador, sino en el “desierto” interior.

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