Conversaciones con pájaros


Prócoro Hernández Oropeza


Hoy amanecí romántico. La lluvia, el verdor de las montañas, un mar intensamente azul, las nubes desparpajadas en el cielo, otras cubriendo con su manto los cerros, unas más embarazadas de tanta agua, el trino de las aves, son tantos manifiestos divinos que hacen reflexionar acerca de esta vida. Definir nuestro papel o misión en ella, encontrar nuestra mismidad. Somos la oscuridad o la luz, la alegría o el dolor, el frío o el calor.
En realidad vivimos en esa dualidad, pero depende de nosotros en qué polaridad nos movemos. Hoy amanecí con la idea de que soy la alegría, soy el canto, el misterio de la luna, la luz que se difunde por el túnel del tiempo, la sombra que cae detrás de la noche, la historia que se desgasta a pasos lentos, el suspiro del viento cuando estas ausente, la mañana que se despierta temprano o un atardecer que se va con flojera a la cama. Soy la mirada del águila, el vuelo rasante del halcón, una piedra en el filo del tiempo, un río que corre despacio por las faldas de la montaña, un sol que deslumbra tu cara cuando lo miras, un colibrí que danza a una flor en el desierto.
Y si el brinco del siervo se derrite en la nieve, que importa. Qué importa que la tarde esté cansada o harta de ver el mar de siempre, la actitud de la bahía en noviembre o esos árboles que nunca se mueven o ese farol sin energía para sostenerse o el barco que encalló en la memoria de los ausentes, o el rugido de un disparo a medianoche, el grito de aquella alma que clama venganza o el que pide perdón a su amada, nada importa.
Importa el aquí y ahora. Ver cómo extiende sus pétalos aquella rosa roja y nos regocija con su aroma. El árbol de mi vecina que está ofreciéndome sus aguacates, esos mangos, que de tan altos se caen irremediablemente maduros y sólo son aprovechados por chanates, lombrices o tejones. El vecino que me ofrece la pulpa olorosa de la yaca o el señor de los elotes que cada semana viene a ofrecer la docena a 20 pesos.
Importa ver y disfrutar la lluvia, mojarse hasta que se laven todos los pecados de el alma, admirar cómo cambian de ropaje los árboles y sin regateos nos ofrecen su sombra, las luciérnagas que se asoman por la ventana, aquellos niños empapándose y refrescando su cuerpo con la lluvia.
Sí, para qué preocuparnos por el mañana, si cada segundo, cada minuto, cada hora es una eternidad si sabemos aprovechar al señor tiempo. Como diría Deepak Chopra: Mente sin tiempo, cuerpo sin edad. Si disfrutamos el aquí y ahora la mente no se aburre, no se preocupa, no nos atormenta con sus quejidos o sus lamentos. Por el cuerpo no pasan los años y pudiéramos arribar a la eterna juventud, como en los tiempos de antaño.
En este mar de pensamientos y deseos puedo escuchar las conversaciones de las aves:

Cosas de pájaros

Dos pájaros en su casa de hojas verdes
se despiden de la tarde;
platican cosas de pájaros.
Extienden sus alas y expurgan
demonios en las plumas.
Que buen día hizo hoy; no llovió,
señora pájara.
Si, gracias por rascarme la espalda.

Mis alas se deshacen con tu mirada.
Es la tarde que parpadea.
No, tus ojos desordenan mis plumas.
Tal vez.
¿Puedo tomar una para
escribir que te amo?

Se está haciendo tarde
y mis alas no encuentran acomodo.
Ponlas en dirección del viento
para que reposen.
No, quiero tus brazos para que
descansen.

La tarde está cargada.
Sí, habrá tormenta.
Tal vez.
Me preocupan mis alas.
Si gustas te presto las mías.
Tengo unas de cristal,
por las dudas.

¿Cuántas horas de vuelo nos queda, vida?
Con mis alas rotas buen trecho.
Montémonos en el viento.
Su rumbo es incierto.
Nos ha de llevar a algún sitio.
Y luego…
Seremos polvo y viento.

¿Qué será de los muertos, señora pájara?
Están vivos y respiran a través de los árboles
silvan con el viento
Pero ya no son pájaros
Son otros
¿y nos ven?
Sí, con diferentes ojos.



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