La piedra, viajera rueda del tiempo


Prócoro Hernández Oropeza
Cuando caminamos por un sendero de tierra o a la orilla de un río o en la playa nos topamos con muchas piedras, piedras grandes y pequeñas, de colores y formas variadas; unas muy bien talladas, otras con formas ásperas y deformes. A veces nos tropezamos con una en el camino y nos caemos, en otras ocasiones puede servirnos para defendernos del ataque de algún animal y cuando no hay encendedor o fósforos, dos piedras pueden ser útiles para generar fuego.
Las canciones mexicanas e internacionales hacen múltiples alusiones a las piedras. Una muy popular refiere: “Una piedra en el camino me ensenó que mi destino era rodar, rodar y rodar “, una especie de metáfora que alude precisamente a que la piedra ha viajado desde puntos muy distantes y que con el paso del tiempo se convirtió en el fragmento de una roca más grande.
Bob Dylan en su canción Cómo una piedra rodante, refiere: “¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente? al estar sin un hogar/ como un completo desconocido, como una piedra rodante.” Aunque realmente las piedras no necesitan un hogar, son como los vagabundos que viajan a distintos puntos o finalmente han arribado a un río, a una playa o se quedaron a la vera del camino, aunque sea por un tiempo. Ese lapso puede ser corto o por muchos años.
A mí me encantan aquellas piedras que les llaman cantos rodados. Los cantos rodados o guijarros, cuando son de pequeño tamaño, son fragmentos de roca pulidos y sueltos, susceptibles de ser transportados por medios naturales, como las corrientes de agua, los corrimientos de tierra. Estas piedras de tanto rodar adquieren una morfología más o menos redondeada u oblonga, sin aristas y con la superficie lisa, debido al desgaste sufrido por los procesos erosivos durante el transporte, generalmente causados por la corrosión o las corrientes de agua (erosión hídrica).
Las piedras han sido usadas para la construcción de antiguos y colosales centros ceremoniales como los de Stonehenge, en Gran Bretaña, las pirámides de Egipto, las de México, Perú y en tantos otros países. En Cusco se asentó la ciudad Inca Sacsaywaman, construida con enormes piedras, y al igual que las de Egipto, Stonehenge, México no se sabe cómo las partieron, trasladaron y colocaron sin la maquinaria apropiada para ese tiempo; más aún no existe esa maquinaria para soportar las toneladas de peso de esas piezas.
Así que voy a un río y miro tantas rocas, grandes y pequeñas y me sorprendo y preguntó acerca de su lugar de origen y de su historia. Cada piedra, por minúscula que sea, posee su propia historia y debe ser interesante y de tanto rodar ha limado sus asperezas y algunas parece que fueron talladas por un gran artesano. Precisamente en el siguiente poema expreso mis consideraciones sobre las piedras.
La rueda del tiempo
Ha rodado por bosques y desiertos
en silencio
entre el viento y la lluvia
en las fauces del río
En su peregrinar ha escuchado voces
Voces de otras piedras
voces de niños tatuando flores
hombres cazando esperanzas
cantos de ave llorando en vano
mariposas encantadas por arco iris
árboles con lamento en sus ramas.

La piedra, viajera rueda del tiempo
ha grabado un arsenal de memorias
Ha visto a la luna más grande
al águila que incendió sus alas
Ha visto lo no visto
ha escuchado voces debajo de la tierra
las voces del viento
Un día recordó que era fuego
luego endureció por siglos de invierno
Bajo la nieve aprendió a esperar
hasta que el hielo se deshizo con la sonrisa del cielo.

Al principio, roca grande
escuchó las palabras iniciales del hombre
los estremecimientos de la tierra
engendró el fuego imperecedero
tapó la boca del miedo.


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