La mente liberada


Prócoro Hernández Oropeza
Afuera la vida transcurre entre ruido de autos, gritos, el trinar de los pájaros, nubes que salen de entre los cerros y se alejan y un sol que atosiga con sus rayos. Adentro, una tormenta de pensamientos, deseos, tentaciones, algunas angustias y pequeños miedos. El mundo exterior y el interior construyendo mi destino, a veces enfrentados, en otras fundiéndose o fluyendo como un río. La corriente de ese río pude ser apacible o estrepitosa, dependiendo de la calidad de mi conciencia, de mis emociones, de los pensamientos.
Afuera el mar se mueve a sus anchas y los cerros se extienden de sur a norte con un ropaje nuevo y sumamente verde. El aire llega cuando quiere, luego se queda en silencio y todo parece en calma, sólo un rayo a lo lejos me despierta del letargo. Adentro mis pensamientos caen como gotas pesadas y gruesas y luego como lluvia ligera. Es esta mente mundana que se identifica fácilmente con los olores, ruidos, colores, risas y llantos de la gente; a veces con la hermosa puesta de sol o con esa luna que está a punto de zambullirse en la bahía.
Adentro, sigue un torbellino de ideas. Me levanto, camino, respiro, como, abro la puerta, tomo agua, por dónde empiezo; o peor aún, qué voy a hacer al rato, cuántos pendientes tengo, voy al banco primero o mejor a comprar un diario. Cuán triste me siento por lo que no hice ayer, me lamento y deseo reponer tiempo perdido. No, el tiempo no se recupera, ya se fue. Al fin es una ilusión, porque si detengo la mente, adentro, no existe ni espacio ni tiempo.
Vivimos en la ilusión del tiempo, creyendo que lo captado por los cinco sentidos es toda nuestra realidad. Es una parte, hay otras realidades que están más allá de esta mente mundana. Esas sólo son captadas por otros sentidos, los del espíritu. Y no las podemos ver mientras la mente esté subyugada por las cosas materiales. Afirman los maestros zen que sólo vaciando esa mente nada podrá existir fuera de ellas, pero para vaciarla hay que eliminar todos nuestros agregados psicológicos, cuando ya no existen pasiones, deseos o pensamientos erróneos. Nuestra alma, la mente es como un vaso al que hemos llenado de rencores, impurezas, celos, envidias, miedos, tristezas combinadas con dosis de alegría y placer. Ese vaso tenemos que vaciarlo para llenarlo de luz, sabiduría, amor, paz, generosidad, templanza.
Cuando uno se sintoniza con todo lo que nos rodea, alertas con la mente y el corazón nada podrá perturbarme. Puedo estar trabajando, enojado o contento, en un ambiente elevado o mezquino, en casa con la mujer o con los hijos, en el trabajo o los amigos y nada me distrae. Entonces puedo pasar las tormentas más terribles sin que me afecten, ni los diluvios ni el apocalipsis, sobrepasarlos en paz, en amor, sin miedo. Miedo a qué.
Cuando la conciencia se libera plenamente en la quietud y libre de todo pensamiento viene lo que se llama justa realización, entonces uno es capaz de estar tranquilo y natural en todas las ocasiones y todas las actividades, caminando o sentado, de pie o dormido. Hablando o en silencio. Uno llegará a no ser perturbado por ninguna circunstancia. Lo taoístas chinos practican eso que se llaman Koanes; son frases que no parecen tener sentido, pero son una técnica maravillosa para detener esa mente inquieta, intranquila y cansona. Se usa sobre todo para cuando uno se sienta a meditar y nos permite entrar esas realidades internas para obtener una probada del samadhi o estado de iluminación. Un ejemplo de koan: Si todo se reduce al vacío, dónde está el vacío. Como la mente no puede encontrar una respuesta a esta pregunta, entonces se queda en silencio y en ese momento la conciencia escapa y se introduce a un ambiente donde no hay tiempo ni espacio y puede uno experimentar, además de una paz interior profunda, éxtasis y algunas visiones, todo dependerá del estado de pureza que haya en el corazón.

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