Entre el cielo y el infierno

Prócoro Hernández Oropeza
Aunque continuamente he hablado del ego como el causante de nuestras miserias y sufrimientos, muchos lo contradicen o no les queda bien claro. En los cuentos chinos y árabes se habla de esta diferencia y lo hacen tan claro que no queda duda. En una ocasión un guerrero, que como tal se supone estaba entrenado física y mentalmente, fue a visitar a un maestro y le pidió que le explicara cuál era la diferencia entre el cielo y el infierno. El maestro le contesto: Cállate idiota, tú que vas a saber de eso. Con la cara desencajada por el enojo, el guerrero desenvainó la espada. El maestro le dijo: _Eso es el infierno. De inmediato el guerrero guardó la espada y pidió disculpas. El maestro le dijo nuevamente: -Eso es el cielo.
Existe una línea delgada entre el cielo y el infierno, entre las virtudes y nuestros egos. Y como es tan fina no nos damos cuenta en qué momento caemos en el error o en manos de ese agregado psicológico llamado ego. Mis maestros estiman que máss allá de ese cuerpo Vital lo que existe es el Ego, el Yo, el sí mismo. Mas, ¿qué cosa es el Ego? Una suma de agregados psicológicos: ira, codicia, lujuria, pereza, envidia, orgullo, gula y muchísimos otros defectos más. Ciertamente, aunque tuviéramos paladar de acero y mil lenguas para hablar, no alcanzaríamos a enumerar todos los defectos que llevamos dentro. Estos tienen personificaciones, los agregados psicológicos poseen figuras animalescas. ¿Cual clarividente se atrevería a negar éste punto fundamental?
Dentro de esos agregados psíquicos está enfrascada la Conciencia, la Esencia. Está embotellada, embutida dentro esas figuras animalescas del Ego, entre todos esos agregados inhumanos que poseemos en nuestro interior.
En la tradición Zen se cuenta la historia entre el primer ministros Kuo Tze I, de la dinastía Tang. Era un notable hombre de Estado, así como distinguido general; un gran héroe nacional. A pesar de la fama y el poder su interés y devoción por el budismo era profundo. Se consideraba un sencillo, humilde y devoto budista y solía visitar a su maestro zen para estudiar bajo su dirección. Pese a su encumbrada posición social mantenía una estrecha relación con su maestro y lo respetaba; era en síntesis un discípulo obediente. Un día que visitó a su maestro, Kuo le dirigió la siguiente pregunta: -Reverendo Padre, ¿Qué explicación da el budismo del egoísmo? La cara del maestro Zen se puso súbitamente azul y con un tono extremadamente altanero y desdeñoso se dirigió al primer ministro de esta forma: -¿Qué estás diciendo imbécil? Esta respuesta irrazonable e inesperada hirió los sentimientos del primer ministro, y una leve expresión de enojo empezó a mostrarse en su rostro. El maestro zen sonrió y le dijo: -Excelencia, eso es egoísmo.
El ego es un rostro de mil caras y se presenta cuando menos nos damos cuenta. De pronto, voy manejando y un automóvil se me atraviesa o se interpone en mi camino, viene un enojo y puede que le grité alguna bobada; el otro responde, se detiene y me reta a golpes o yo le reto. Así de simple, el ego del orgullo o el de la ira aflora y nos impele a actuar, a pensar en cosas que de otra forma no lo haríamos.
El Ego ha tomado proporciones gigantescas, cada uno de nosotros realmente lleva por dentro todos los factores que producen guerras, amarguras, sufrimientos. Necesitamos libertarnos del estado en que nos encontramos; todas las facultades humanas se han degenerado a causa de este merolico que controla nuestros pensamientos, emociones y voluntad. Así nos movemos constantemente entre el cielo y el infierno.

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