Mente limitada, mente superior



Prócoro Hernández Oropeza

Hay dos niveles de la mente: la mente inferior y la mente superior. La primera es una mente controlada, limitada por los múltiples agregados psicológicos, está el servicio de esos carceleros que me dictan qué pensar, que sentir, qué hacer. Y aunque no me gusta lo que hago, termino haciéndolo porque pienso que esa es mi personalidad, mi forma de ser. Es la mente que me lleva de la felicidad al sufrimiento, del odio al amor, de la angustia a la tranquilidad. En cambio la mente superior está conectada con la fuente de felicidad, amor y sabiduría; es la mente que se conecta con la verdad.
Algunos maestros le llaman neutral, no está a favor ni en contra de nada, expresa solamente lo que es. Sin embargo eso limite a la mente superior, puesto que no es neutral, es la verdad, la fuente de la sabiduría sempiterna. Es verdad, no critica, no juzga, no experimenta apegos ni aversiones, sólo expesa al Ser. Ninguna cosa limitada o finita le motiva: dinero, fama, proceso personal determinan sus acciones. Es la mente que actúa desde nuestra consciencia más elevada y se puede percibir el infinito en todas las cosas y nada puede motivar más allá de esta experiencia del infinito mismo.
En este estadio la mente consciente o superior traspasa la mente subconsciente y se fusiona con la mente súper consciente y ya no hay conflictos con nuestra personalidad. Todo se experimenta en armonía, debido a que ya no está controlada por los yoes, si existen ya no tienen tanta fuerza para dominar mis pensamientos, emociones y acciones. Hasta en las circunstancias que parecieran muy adversas, difíciles se puede percibir algo más; acepto las cosas como son y cómo no son y no me identifico con lo que me acontece.
En este proceso no hay un Dios externo separado de mí. Habito en Dios y Dios habita en mi y es Dios expresándose a través de mis pensamientos, emociones y acciones. Mi voluntad es una con Dios. Mi Ser Superior sagrado se manifiesta en cada pensamiento, sentimiento y en cada célula de mi cuerpo. Puedo personalizar lo divino a través de mi amabilidad, compasión y calibre. Entonces confío en que cada acción surge de mí Ser, más allá de la mente. El alma y la mente se reconcilian.
Cuando estamos enfocados en esa mente limitada, vemos a Dios en pocas personas o ni siquiera lo percibimos. Amamos sólo a quien nos gusta sin amar a todos, especialmente a nuestros enemigos. Esa mente nos limita, nos mantiene en la preocupación, el estrés, el miedo, la lujuria, el odio. Cuando llegamos a poseer esa mente ilimitada o superior podemos sentir compasión y perdonar, inclusive a aquellos que nos provocan daños. Para hacernos compasivos debemos aprender a hacernos cero, practicar la no existencia: habitar sólo en el sagrado ser de Dios y en nuestro propio infinito.
Para llegar a estos niveles de consciencia se debe realizar un profundo trabajo interior, un trabajo de auto conocimiento para trascender aquellas limitantes de la mente finita. Sólo con esfuerzos conscientes y padecimientos voluntarios se puede llegar a esos niveles de trascendencia y mediante la oración, la meditación y el conocimiento interior podemos adquirir hábitos de quietud en nuestra mente. De esta forma acepto y doy bienvenida a cada momento de mi vida y las reconozco como oportunidades para el cambio, para acercarme a mi destino y no a la fatalidad. En vez de reaccionar actúo desde la consciencia y me alineo con la voluntad de Dios, libre de las constricciones del ego o del miedo.

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