Qué es la complitud
Prócoro Hernández Oropeza
En realidad somos seres completes pero no lo sabemos o no lo queremos comprender. Más bien hemos perdido la conexión con nuestra grandeza divina, con el Ser supremo que habita en nuestro interior. Por ese motivo nos sentimos separados, opacadas, escasos de amor, paz interior y felicidad. Entonces lo buscamos afuera; queremos llenar esos huecos pidiendo, rogando amor, felicidad, armonía.
Estos desencuentros generan mucha confusión, pero más que eso, desilusión, angustia, estrés y sufrimiento. Ayer me contaban de un hombre que viven en angustia y estrés constante desde hace un año y medio. Resulta que su pareja le abandonó sin motivo alguno aparente, llevándose con ella al hijo de ambos. Esa situación le ha provocado mucho sufrimiento y por más que ha visitado psicólogos no ha podido resarcir su estado emocional.
Estos ejemplos ilustran los dramas de muchas personas, más cuando las relaciones maritales se quiebran en poco tiempo. Si antes los matrimonios duraban toda la vida, según las tendencias en los últimos años, el promedio en el mundo va de los 8 a los 13 años. En México por cada 100 enlaces matrimoniales ocurren 18.7 divorcios, mientras que el promedio de duración social de los matrimonios, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), de las parejas que se divorciaron en 2009, 30.5% mantuvo la unión cinco años o menos, 18.5% entre seis y nueve años y prácticamente la mitad (49.5%) proviene de un matrimonio con una duración social de 10 años o más.
Dónde está la falla, cuáles son los factores que generan estos desequilibrios que están poniendo en jaque a la familia, entendida esta como una unidad social constituida por el padre, la madre y los hijos. Para el Papa Francisco la familia constituye una gran riqueza social. “¿Qué es la familia?” se pregunta y contesta: “más allá de sus acuciantes problemas y de sus necesidades perentorias, la familia es un ‘centro de amor’, donde reina la ley del respeto y de la comunión, capaz de resistir a los embates de la manipulación y de la dominación de los ‘centros de poder’ mundanos”.
Pero esos centros del poder humano, como los llama el Papa, son terribles azotes y están echando por tierra esas relaciones basadas en el amor fiel, hasta la muerte, que deberían ser el soporte del núcleo familiar. La lujuria, el afán de fama, riqueza, poder, vanidad están generando hombres y mujeres vacuos, vacíos de amor. Y como se sienten vacíos buscan que la pareja les dote de felicidad, amor, paz interior. Le entregan la llave de su felicidad y cuando se la arrebatan caen en la depresión, baja auto estima y sufrimiento.
Esos no sucedería si aceptaran amarse y comprender que el amor entre parejas es alguien que ama más y otra que ama mejor. Que cuando buscamos una pareja, no lo hacemos para llenar esos vacios de amor, de soledad, sino para compartir mi complitud. Entender que soy un ser completo y cuando entablo una relación con otra persona es para compartir mi complitud. Y la amaré sin expectativos, sin esperar con ello aumentar mi felicidad, porque esa es parte de mi naturaleza, de mi grandeza divina. Esto significa ver en cada pareja a un sacerdote y una sacerdotisa que se veneran y se aman porque saben que no sólo están uniendo sus vidas, también su karma, su destino en esta y en otras vidas. La relación que se entabla, no sólo es a nivel emocional o físico, sino también en otros planos sutiles y energéticos. Ese conocimiento se ha perdido y estamos llegando al umbral del averno.
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