Justicia y gracia


Prócoro Hernández Oropeza
Los historiadores, personas que se escabullen en los vericuetos del pasado, le achacan a Benito Juárez esta frase que parece quedó muy marcada en la frente de, cuando menos los políticos mexicanos, y dice: “A los amigos justicia y gracia, a los enemigos la ley a secas”, de tal suerte que nuestra amada justicia está presa por los egos de los malos políticos, la corrupción y la vanidad. Esto genera mucha insensibilidad cuando de aplicar e interpretar la ley se trata.
En las cárceles existen, quizá miles de personas que por un delito menor y por no tener recursos, ni palancas para defenderse, quedan ahí por meses o hasta años. Personas que por necesidad roban pan o algún alimento para él o para su familia. De estos casos existen historias gloriosas que vale la pena mencionar para dar fe de que no todos los humanos tienen el corazón duro.
Primer acto:
Un niño observa a través de los cristales platillos que ofrece un pequeño restaurante chino, entra con precaución y toma un poco de alimento. La dueña lo descubre y lo detiene, le quita lo robado y le exige que se aleje y no vuelva porque a la próxima vez llama a la policía. La hija, que era pequeña también, lo miró con ternura. El dueño se dio cuenta de lo acontecido y salió a buscar al chico, lo llama y le entrega lo que había intentado robar. El pequeño, agradecido, le dice que su mamá está enferma y no tiene alimento. El dueño le entrega además unos billetes.
Segundo acto:
Sucede en un país frío. En la calle, un niño de unos 8 o 10 años, da lustre a los zapatos y mientras no hay clientes realiza su tarea. En auto lujoso, un hombre lo mira y decide bajar a dar brillo a sus zapatos. Luego que termina el hombre le entrega un billete grande y le pide que se quede con el cambio. Más tarde el niño llega a una tienda de muebles y se dirige a ver lavadoras; checa los precios, saca su dinero, lo cuenta y se aleja triste. Cerca, el hombre que se lustró los zapatos lo miró con curiosidad y decidió seguirle. Desde la puerta vecindad de la pudo observar que la madre del chico lavaba la ropa en una tina y usando agua fría. El niño pronto le llevó agua caliente para atenuar los efectos del agua fría.
Tercer acto:
Un empleado de supermercado reporta a la policía que una mujer está escondiendo mercancía entre su ropa. Cuando un policía fue a arrestarla, él le preguntó: ¿Qué te robaste? Ella respondió: sólo cinco huevos para alimentar a mis hijos. La sacó detenida de la tienda.
En el primer acto, dueño del restaurante ya está en edad avanzada y enfermo; su hija lo lleva a un hospital. Cuando entran al consultorio, los atiende un médico joven. Este reconoce al anciano y le abraza. Le cuenta que gracias al dinero que le dio pudo llevar a su madre a un médico y sanó; ella le apoyo en sus estudios y ahora ahí estaba para servirle y ayudarle.
En el segundo acto, el señor que lo siguió, señor X, que era dueño de la mueblería, retornó a su tienda y ordenó a sus empleados subir una lavadora a una camioneta, la que le había gustado al chico y él personalmente fue a entregarla. La sorpresa y la alegría iluminaron los rostros y corazones de esa familia.
En el tercer acto, el policía, en vez de dirigirse a la delegación, llevó a la mujer a un supermercado a comprar algo de comida. Ella empezó a llorar y dijo: Señor es demasiado lo que haces. El policía replicó: "A veces no deberíamos aplicar la ley, sino que debemos aplicar la humanidad”. Sin palabras

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