La sabiduría divina




Prócoro Hernández Oropeza
Los grandes sabios, los hombres ilustres son almas grandes o mahatmas. A Gandhi se le denominó Mahatma Gandhi, precisamente porque con sus principios, filosofía y su ejemplo, no sólo liberó a la India del dominio británico, sino el mismo se convirtió en un ejemplo viviente de la grandeza divina. En la historia de la humanidad han existido muchos maestros de alma grande o mahatmas como Rama, Krishna, Osiris, Hermes Trismegisto, Buda, Jesús, entre otros.
Esos maestros nos han venido a enseñar la Theos-Sophia, la Sabiduría Divina, sinónimo de la Verdad, doctrinas que nos hablan de la veracidad, pureza, la abnegación, la caridad, el amor no tanto para alcanzar el Nirvana (cumbre suprema de todo conocimiento y sabiduría absoluta), resolución que en definitiva no es más que un egoísmo superior y magnífico. Para estos sabios el objetivo primordial es el buscar desinteresadamente medios mejores de hacer seguir al prójimo el buen camino, y de llevar la mayor cantidad posible de nuestros semejantes a que aprovechen de ello, lo que constituye al verdadero teósofo o sabio.
En un antiguo libro titulado Carta de los Maestros de Sabiduría o carta de los Mahatma, dirigida a varios discípulos de la Teosofía, entre ellos a Madame Blavatsky, en los años 1880-84, revelan acerca de lo que es un teósofo: “Las doctrinas fundamentales de todas las religiones se mostrarán idénticas en su sentido esotérico. Osiris, Krishna, Buddha, Cristo, no serán más que nombres diferentes para significar la vida única y real que conduce a la beatitud final, al NIRVANA. El Cristianismo místico, es decir, el Cristianismo que enseña la redención humana por nuestro séptimo principio, el Param-Atma llamado (Augoides ) por unos Cristo, por otros Buddha y que corresponde a la regeneración o sea al nuevo nacimiento espiritual, este Cristianismo aparecerá como la misma verdad que el Nirvana del Budhismo. Todos nosotros debemos librarnos de nuestro propio Ego, del yo ilusorio y aparente para reconocer nuestro verdadero Yo (Ser) en una vida divina trascendental. Pero si no queremos ser egoístas, es necesario forzamos para mostrar esta verdad a nuestros semejantes, y hacerles reconocer la realidad de este Yo (Ser) trascendental, de este Buddha, Cristo ó Dios, de todo predicador.”
Todos estos maestros nos han mostrado el camino y este camino no es hacia afuera, es hacia adentro. El camino que nos lleva a develar nuestro verdadero origen, nuestro propósito divinal. Es el sendero que algún día nos convertirá en almas grandes, mahatmas. Ese camino que nos quitará la venda de los ojos y nos ensenará a combatir nuestros demonios o egos, esos que nos mantienen en la ignorancia y el sufrimiento y a reconocer la realidad de este Ser, de nuestra divinidad.
Esos antiguos teósofos que fueron inspirados por Mahatmas del Tibet, decían que la purificación personal no es el asunto ni de un momento, ni de algunos meses, sino de años; hasta puede perseguirse durante toda una serie de existencias. Cuanto más tarde se decide un hombre a vivir la vida superior, más prolongado será su noviciado, puesto que está obligado a anular los efectos de numerosos años consagrados a objetos diametralmente opuestos a los verdaderos fines. Cuanto más enérgicos sean sus esfuerzos, más brillantes resultados tendrá, y más se acercará al Portal. Si su aspiración es sincera -si es una firme convicción y no un sentimiento fugitivo-, entonces hará pasar de un cuerpo a otro la determinación que, finalmente, le permitirá alcanzar el fin deseado. Sí el camino para la encarnación de nuestro Real Ser es larga y ardua también, por eso los maestros enseñan que donde hay miel hay hiel. El sendero espiritual debe ser constante y permanente, sin descansos, ni treguas.

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