La pasión de Cristo
Prócoro Hernández Oropeza
La semana santa o semana mayor, que debiera ser para recordar aquella gran pasión que vivió Jesús en el monte Calvario, se ha convertido en una gran diversión, en días muy esperados para ir de vacaciones. La mayoría busca las aguas de mar o de albercas, no como un acto de purificación o de bautismo, sino el pretexto para disipar el cansancio de una vida cansina, la depresión, el estrés, la cotidianeidad. Tampoco debe celebrarse con el drama, tristeza y sufrimiento con el que la celebran algunas iglesias cristianas. Más bien con la certeza y el júbilo de que Jesús murió por amor a la humanidad, por eso es llamado el Cristo más amado por Dios y el que más ha amado y además predicó el amor con el ejemplo.
No son días de guardar, ni meditar en la trascendencia de nuestra vida ordinaria, sino para continuar con la mecanicidad de la vida, como un respiro para luego continuar con el trajín del día a día. Para muchos Jesús es, acaso un mito del pasado, un mesías muerto y por tanto desactualizado o cuyo drama y pasión ya no le dice nada ni le importa a las nuevas generaciones. No obstante Jesús ni está muerto y su papel como mesías sigue siendo un gran misterio, pero también una gran lección de vida.
Jesús fue un gran avatar, un mensajero que trajo las primicias para religar a Dios, el mapa para retornar a casa. Y como todos los mapas, su desciframiento requiere el conocimiento de claves para comprender las rutas que nos legó Jesús, el Cristo. Jesús se convirtió en un Cristo Cósmico que transita por todos los universos. El Cristo no es una persona, es una energía y Jesús encarna esa energía; entonces Jesús se convierte en el Cristo, Cristo como una sustancia cósmica. El Cristo, el espíritu del fuego, no es un personaje meramente histórico, es el Ejército de la palabra, es una fuerza que está más allá de la personalidad, del ego, y de la individualidad. Es una fuerza, como la electricidad, como el magnetismo, un poder, un gran agente cósmico y universal. Ese fuego cósmico entra en el hombre que está debidamente preparado; en el hombre que tenga la Torre de Belém ardiendo.
Así que el drama cósmico que vivió Jesús, tal como está escrito en los cuatro Evangelios, deberá ser vivido dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. Eso no es algo meramente histórico, es algo que debemos vivir y experimentar. Cuando el Cristo encarna en un hombre, éste se transforma radicalmente. Es el niño Dios que debe nacer en cada criatura. Así como él nació en el universo hace millones de años, para organizar totalmente este sistema solar, así también debe nacer en cada uno de nosotros
Así que el drama de Jesús debemos verlo como un mapa que se debe transitar sin dolor, sin sufrimiento, en disfrute pleno y total. Entonces hay un Cristo Interno, así como hay un Cristo Histórico; la idea del Cristo Interno que debe vivir un proceso, desde la gestación, concepción, nacimiento, vida, una pasión, luego la muerte, una resurrección, una ascensión y una glorificación.
Es un mapa, debemos verlo como un mapa para recorrer. Jesús, con su drama entrega un mapa del territorio por el cual se debe caminar para lograr nuestra propia realización o cristificación. Pero como estamos afectados por el ego no lo percibimos. Nuestra alma esta afectada, enferma por ese virus del ego, pero desde la perspectiva del Cristo Cósmico e Interno es posible sanarla. Cristo sana, Cristo nos hace caminar, nos devuelve la visión, y también nos salva. Por que en verdad estamos ciegos, cojos, muertos en vida. Ciegos porque vivimos en la ignorancia, cojos porque no caminamos derecho, hacemos chapuza, mentimos, juzgamos y muertos en vida porque estamos dormidos, vivimos con la conciencia dormida.
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