De utopías e imaginarios



Prócoro Hernández Oropeza
“No hay nada mejor que imaginar otros mundos para olvidar lo doloroso que es el mundo en que vivimos.” Umberto Eco.
Los escritores y filósofos suelen encontrar soluciones a veces rápidas o prácticas, en otras meras utopías a situaciones que perturban nuestra paz, armonía, felicidad. Y tienen razón, este mundo es complicado, doloroso a veces, y pareciera que no se vislumbra un cambio que prometa un final feliz. Los finales felices son sólo de aquellos cuentos, historias o leyendas, donde el escritor intenta darnos esperanzas de que no necesariamente nuestra vida termine con finales cruentos o dolorosos. O también para proporcionarnos un poco de respiro ante los dramas cotidianos a los que nos enfrentamos día con día.
Umberto Eco, ese gran semiólogo y escritor italiano lo reafirma cuando dice que no hay nada mejor que imaginar otros mundos para olvidar lo doloroso que es el mundo que nos rodea. Es por ello que tienen éxito las novelas, las películas, el teatro, los cuentos. Recuerdo cuando apareció su primera novela: El nombre de la rosa, me fascinó tanto que en día y medio terminé de leerla, sólo dormí un par de horas para reponer mis energías. Lo mismo pasó, antes con la novela Rojo y negro, de Stendhal, publicada a mediados de noviembre de 1830. En ella se narra ese amor borrascoso, irredento e intenso entre Julien Sorel y la señora de Renal. Aunque es un libro grueso, de muchas páginas, lo leí también de corrido durante una semana. Lo interesante es que me identifiqué tanto con esos personajes, con la narrativa y los ambientes, que su impacto en mi psique duró otras dos semanas.
Sí, es posible imaginar mejores mundos en nuestra psique, pero no para olvidarnos de los dramas de nuestra existencia. Esos están ahí, querámoslo o no y debemos trascenderlos, vivirlos, experimentarlos, pero sin el sufrimiento. De lo contrario seríamos como dice el dicho de los avestruces, que esconden la cabeza bajo tierra para no ver la fealdad de sus patas o lo que acontece a su alrededor, lo cual es falso.
Usar la imaginación para trascender nuestros dramas, no para olvidarnos. Los grandes pensadores han visualizado mundos imaginarios mejores y también peores, grandes utopías que se han tratado de construir aquí y ahora, pero no han prosperado. Eso no significa que no existan; ya han existido y podemos reconstruir el paraíso, la nueva arcadia; para ello hay que vivir y pensar como si ya estuviésemos en ese edén. Tal vez no alcancemos en esta vida concretarlo, pero podemos sentar las bases para que en las próximas vidas lo logremos. Como decía el tres veces maestro Hermes Trismegisto, toda nuestra creación comienza en la mente.
Podrán llamarle utopía, por algo se empieza y si lo creo y lo vivo como si fuera real, esa será mi creación al final de cuentas. En el siguiente poema, que se le atribuye a don Eduardo Galeano, pero que en realidad es de su amigo Fernando Birria, llamado Utopía nos habla de su utilidad:

Ella estaba en el horizonte.
Me acerco dos pasos,
ella se aleja dos pasos.
Camino dos pasos y
el horizonte se corre
diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine,
nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la utopía?
Para eso sirve: para caminar.

No creer en nada sólo nos limita, nos quita la iniciativa, la esperanza. Precisamente la utopía sirve para caminar, indagar, experimentar. Y aunque no se concrete o no la alcancemos, lo importante es qué tanto disfrutamos la travesía. Entonces como esto sí lo dijo Galeano: “La muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero… La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda…”

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